Ser humano: Manual de instrucciones I
EL REFORZAMIENTO O POR QUÉ ESCUCHAMOS LAS MISMAS CANCIONES
Maribel Gámez, 28-2-2024
Un vago sentido de orden emerge de cualquier
observación continuada de la conducta humana.
B. F. Skinner
Un domingo cualquiera el sol comienza a iluminar la Tierra en lo que será un frío día de invierno en Madrid. Tras una semana estresante cargada de trabajo, Olivia cree que la mejor manera de descansar es conducir hasta un paraje natural y poco conocido a 50 kilómetros de su casa. En el momento en que se sienta en el coche y cierra la puerta del vehículo desea sentir la liberación que implica poder evitar las obligaciones diarias. Para conseguirlo, decide no constreñir su cuerpo poniéndose el cinturón de seguridad.
“Qué demonios, si no va a pasar nada malo”, piensa. De camino a ese paraíso natural, su coche permanece a una velocidad constante de 100 km/h en una carretera de sentido único. Si, por azar, coincidiera con otro coche cuyo conductor va en sentido contrario ocurriría un choque frontal, el que peores consecuencias acarrea para aquellos que van dentro del automóvil y no llevan cinturón.
Las tres Leyes del movimiento de Newton, un tipo de reglas o principios universales de la Física, la acompañan en su viaje y harían su jugada si el otro coche se estrellara de frente contra ella. Según la primera, la Ley de Inercia, el coche dejaría de mantener la velocidad constante de 100 km/h porque el otro coche ejercería una fuerza opuesta a él; el cambio de movimiento que experimentaría sería proporcional a la fuerza
externa, según la segunda Ley o Ley Fundamental de la Dinámica y además transcurrirá en línea recta. El Principio de Acción y Reacción, que es la tercera, establece que con la misma fuerza que el coche de enfrente choca con el propio, el propio choca con el de enfrente, aunque con sentido inverso.
En aplicación de estas leyes inexorables de la Física, Olivia saldrá disparada por el parabrisas y caerá al suelo a gran velocidad, destrozándose el cuerpo por la fuerza del impacto. Sin embargo, hoy decide obviar las reglas del juego y puede, como se ha visto, perder lo más valioso: la vida.
Las Leyes de Newton son reglas que es mejor conocer y respetar. No son las únicas que existen y condicionan nuestra vida, como lo harían las normas de un juego.
Como consecuencia, como cualquier juego, la vida funciona con una serie de reglas que hay que seguir, reglas que permiten saber qué acciones se pueden tomar y cuáles no, qué movimientos inteligentes te permitirán ganar o perder.
La vida es la partida más larga que vamos a jugar con las reglas más abundantes y complejas. Así, si somos conscientes de ellas podemos guiar mejor nuestra vida y acercarnos a aquello que queramos conseguir, aquello que pensemos que nos traerá la felicidad. La idea de conseguir la felicidad, sea cual sea para cada persona, es lo más parecido a ganar el juego.
Para jugar mejor la partida vamos a conocer algunas reglas y principios psicológicos, muy diferentes de los físicos descubiertos por Newton, pero igualmente contundentes.
El mismo día que Olivia decide no ponerse el cinturón de seguridad, en el otro extremo de la misma ciudad, Alberto se ha levantado con pensamientos muy negativos sobre sí mismo. No es la primera vez que le ocurre, ni mucho menos; lleva dos meses sufriendo ansiedad, preocupado porque le van a echar del trabajo, aunque los comentarios de sus jefes alaban su buen desempeño y no hay ningún motivo para temer que eso ocurra. Odia sentirse así, de manera que como ya ha hecho en otras ocasiones, coge una pequeña aguja que tiene en casa, se baja el pantalón del pijama y se pincha repetidamente en la parte media del muslo. Pequeños hilos de sangre caen a los lados de su pierna. Tras media hora haciéndose daño, se marcha a correr al parque más cercano a su casa.
Mientras, Marta, que vive en Madrid desde hace 15 años, y que
pasó su infancia en Ámsterdam, también está pensando en cómo invertir su domingo. Coge su chaqueta y comienza a caminar. Sus pasos le llevan a una pequeña colonia de casas bajas, cerca de donde vive. Como en otras ocasiones, casi sin darse llega a ese lugar en el que caminara sin rumbo placenteramente durante toda la mañana.
Los dos ejemplos anteriores muestran a dos personas que, aunque actúan de manera muy diferente, revelan que su comportamiento está sujeto a las mismas reglas del juego. Tienen en común que ambos consisten en formas de actuar mantenidas en el tiempo. Hacerse daño en el caso de Alberto y buscar la tranquilidad que proporciona una zona concreta de Madrid en el caso de Marta. Ambos muestran esos hábitos desde meses atrás y sus comportamientos tienen una
explicación sujeta a reglas y principios, igual que las Leyes de Newton que regían el paseo en coche de Olivia, aunque con diferencias que luego comentaré.
Ahí va el principio: toda persona que mantiene, es decir, repite un comportamiento a lo largo del tiempo, sea cual sea, lo mantiene guiado por dos reglas: con el fin de evitar el malestar, como primera regla, o por la búsqueda de placer, que dice la segunda. Esto significa que cualquier comportamiento voluntario (consciente o inconsciente) que cumpla el requisito de repetirse en el tiempo puede ser explicado por este principio, con estas dos reglas. Cualquiera, por muy extraño o raro que parezca.
¿Por qué querría Alberto seguir haciéndose daño? Se trata,
aparentemente, de un comportamiento que puede parecer incomprensible
Sin embargo, tiene una explicación a la luz del principio anterior. Infringiéndose dolor físico es capaz de evitar algo que le produce aún más malestar que clavarse una aguja en el muslo. Recordemos que Alberto se levanta ansioso y con pensamientos de un futuro muy problemático. Estas ideas generan un malestar físico intenso ya que activan el mecanismo de estrés del cuerpo: siente opresión en el pecho, sudoración, ganas de llorar, el corazón bombea muy rápido. En definitiva, experimenta sensaciones muy desagradables que no desea vivir. Como resultado, desde hace dos meses se dio cuenta por casualidad, de que si se clavaba las uñas en el muslo algo en él se calmaba.
Como resultado de su experimento, comenzó a buscar formas más sofisticadas para hacerse daño y evitar el malestar. Sofisticadas e invisibles para los demás. Mientras se hace daño sus pensamientos se desvanecen. Esto es así porque el dolor exige que le prestemos atención, provocando que todos los demás estímulos pasen a un segundo plano. Además el dolor genera endorfinas, unas sustancias que elabora el cuerpo y que generan bienestar. Duele pero calma. Ha elegido lo que cree que es el mal menor. Probablemente, si no recibe ayuda, el próximo fin de semana volverá a hacer lo mismo si los pensamientos vienen. Desgraciadamente, Alberto ha creado un hábito peligroso intentando evitar el malestar.
El caso de Marta es más fácil de explicar. Su preferencia por esa zona de Madrid se debe a la similitud que esas casitas bajas
tienen, cada una de un color y forma, con los recuerdos de los paseos de su infancia, los que daba con su familia por Ámsterdam. Durante el recorrido aparecen imágenes agradables que generan sensaciones de placer en el cuerpo. ¿Quién no querría volver a pasear por un lugar así sintiéndose de esa manera? Marta también ha creado un hábito que probablemente repetirá en un futuro, no dañino, de búsqueda de placer.
El proceso que hace posible adquirir comportamientos, convertirlos en hábitos y repetirlos en un futuro se denomina reforzamiento y genera un hábito sostenido en nuestro comportamiento gracias a las consecuencias que se dan después, y que consiguen que obtengamos placer o evitemos dolor.
Al primer proceso los psicólogos lo llamamos reforzamiento positivo (tras el comportamiento aparece algo que genera placer o bienestar al individuo, como en el caso de Marta) y al segundo reforzamiento negativo (porque evita o escapa de algo que no desea, como lo que le ocurre a Alberto). Estas leyes fueron descubiertas por dos referentes de la Psicología científica: Edward Thorndike y B. F. Skinner a principios y a mediados del siglo pasado, respectivamente.
Existen reforzadores, es decir, elementos o actividades que se consideran reforzantes universales. Esto significa que mantienen conductas en todas las personas, sin excepción. Dos ejemplos de reforzadores universales son la comida y el sexo. Esto implicaría que se podría enseñar a alguien cualquier comportamiento nuevo y que lo mantuviese en el tiempo si a continuación
es recompensado por la aparición de algunas de estos dos elementos. Pero además, tenemos que tener en cuenta que, aparte de los reforzadores universales, los demás son individuales lo que complica más todo. Lo que es placentero para una persona no lo tiene que ser para otra. Hay personas a las que, por ejemplo, no les gustan los abrazos, hay otras que les encantan. Para los primeros el contacto físico es un castigo, para los segundos un reforzador. Para el primero hará que la conducta anterior, por ejemplo buscar estar cerca de la persona que quería abrazarla desapareciera; para el segundo sería una variable que provocaría su acercamiento.
Coger el paraguas cuando llueve (evitar así mojarse); ir a casa de un pariente a comer aunque nunca sea un rato agradable (eliminando la posibilidad de una bronca de ese familiar por no
hacerlo); fumar (y escapar del malestar que genera no hacerlo); ver la misma serie, película o escuchar la misma canción una y otra vez (y sentir el mismo placer de situaciones ya conocidas).
Cualquier comportamiento que se mantenga en el tiempo se explica bajo este principio de reforzamiento. Si se entiende su funcionamiento y se aplica a la vida diaria se pude tener más control sobre la vida y nos permite explicar mejor también lo que vemos que se repite en los demás.
Al contrario que las Leyes de Newton, en las que hay que tener en cuenta un número pequeño de variables para entender el ejemplo de Olivia, la conducta humana es muy compleja; varía y depende de muchos factores cuya frecuencia, intensidad y duración condicionan el comportamiento.
Vamos a poner en práctica lo visto: elige un comportamiento propio que se mantenga en el tiempo y pregúntate por cual de esos dos principios se mantiene. Por ejemplo, intenta explicar el motivo por el que llamas a alguien cuando te sientes triste.
Los psicólogos nos dedicamos, gracias al conocimiento exhaustivo de este y otros principios, a instaurar hábitos adaptativos y útiles en las personas, evitando que se hagan daño.
Si necesitas ayuda, contacta con nosotros. La primera sesión no tiene coste.