¿Puede una máquina imitar el comportamiento humano de tal manera que ambos, máquina y humano, sean indistinguibles? Turing, el matemático británico que ayudó a descifrar los códigos alemanes durante la Segunda Guerra Mundial, se hizo esta pregunta en 1950. Aunque no era la primera pregunta al respecto que se formuló. Él en realidad lo que quería saber era si las máquinas podían pensar como los humanos. Las investigaciones sobre los procesos mentales superiores, como por ejemplo, cómo y dónde se origina el pensamiento, aún hoy tienen mucho por descubrir, así que Turing, percibiendo la complejidad del asunto, decidió acotar sus investigaciones al comportamiento, dejando de lado el pensamiento.
¿Podría una maquina engañar a un humano, haciéndose pasar por su igual?
Para contestar a esta pregunta nació el test de Turing, un juego de imitación en el que un juez humano mantiene una conversación escrita con dos interlocutores. Uno de ellos es una computadora y el otro es una persona. El juez humano no puede ver a sus compañeros de conversación, ya que el juego consiste en descubrir cuál de ellos no es el humano. Gracias a sus trabajos, Turing fue el precursor de la utilización de algoritmos, reglas más o menos complicadas, una secuencia de pasos lógicos que permite resolver problemas y realizar cálculos. El test se ha puesto a prueba en varias ocasiones con resultados no concluyentes.
Los algoritmos están de moda. Y no es de extrañar, ya que aplicados a lenguaje computacional pueden simplificarnos mucho la vida. Y aún más desde la pandemia. Si alguien llama a un centro de salud para coger cita, es difícil, por no decir imposible, que otro humano le atienda. Será una grabación la que guiará al que la realiza través de ciertas reglas, es decir algoritmos, hasta dar una respuesta a lo que está solicitando. ¿Quién no ha vivido la frustración de no poder hablar con otro humano que pueda entender la complejidad de la demanda? Los algoritmos son muy útiles en muchos ámbitos pero tienen sus limitaciones. Y es que al final un algoritmo es un conjunto de reglas cuyo objetivo es generar unos pasos para dar un resultado a partir de unas informaciones de entrada. Es decir, es una simplificación de la realidad. Con ellos un robot de cocina te puede hacer una suculenta receta, un ordenador contar los resultados electorales de todo un país rápidamente, entre otros asuntos, pero ¿qué ocurre cuando esa forma de resolver problemas se aplica al ámbito de la evaluación en psicología?
La Psicología no es fácilmente formalizable a través de algoritmos
¿Notas que tienes un estado de ánimo bajo? ¿Has perdido el apetito o lo has visto aumentado últimamente? Son preguntas que formuladas dentro de un programa informático que baraje este tipo de reglas sencillas pueda etiquetar tales comportamientos como problemas psicológicos similares y realizar las mismas recomendaciones para su resolución. Sin embargo, la evaluación de los problemas psicológicos requiere una exhaustiva recopilación de los síntomas que cada paciente presenta que rompe por completo las restricciones que los algoritmos imponen. Dos personas con fobias a los perros, por ejemplo, pueden ser radicalmente distintas en su problemática.Ya que lo que a cada uno de ellos le ha llevado a temer a los perros está condicionado por sus aprendizajes y estos, a su vez, han sido generados, por una serie de variables únicas en cada individuo. A uno le puede dar más miedo los perros pequeños y marrones, mientras que a otro los grandes y negros. A uno le puede servir como forma de enfrentarse a su miedo que haya alguien acompañándole cuando lo intente, a otros no. A uno le aparecen un tipo de cogniciones (pensamientos) cuando piensa en salir de casa y encontrarse con el animal temido, a otro dolor de estómago. Y pueden ser totalmente ignorantes de todo esto que ocurre hasta que un psicólogo le pida que se observe y lo comparta con él. Además para buscar por dónde empezar a afrontar ese miedo hay que encontrar un punto determinado dentro de una jerarquía personal exhaustivamente establecida entre paciente y terapeuta. La Psicología no es tan fácilmente formalizable a través de algoritmos.
En terapia cara a cara se puede percibir la reacción emocional de una persona cuando habla de un asunto que le preocupa, lo que da pistas sobre la intensidad del miedo que siente a lo que quiere enfrentarse. Un algoritmo no es capaz de recoger toda esa información evaluativa necesaria para diseñar un tratamiento individualizado y único para una persona que sufre un problema psicológico. Y qué decir de la generación del vínculo terapéutico, inexistente si se aplican algoritmos a estos problemas y, a la vez, tan necesario para que las personas den los pasos requeridos para conseguir sus objetivos. A través de ese vínculo y de la estructuración del proceso terapéutico nos convertimos en modelos de conducta. La terapia se convierte en un proceso de aprendizaje constante para el paciente que ve en el terapeuta modelos nuevos de relación con el mundo.
Y es que la demanda masiva de atención psicológica que se ha experimentado desde la pandemia ha empujado a crear formas de ayuda basadas en algoritmos, como, por ejemplo, la aplicación Sperantia, diseñada por la Universidad Pontificia Comillas. Donde después de que el usuario conteste a una serie de preguntas formuladas en base a algoritmos se exponen una serie de recomendaciones sobre cómo mejorar su estado psicológico. La falta, que ya existía, de una buena red de atención psicológica en el Sistema Nacional de Salud español (https://www.defensordelpueblo.es/noticias/salud-mental/) provoca que esas aplicaciones se puedan ver como una solución a esa carestía. No dudo que puedan ser de ayuda para detectar situaciones graves y derivar tales casos a servicios asistenciales como la Cruz Roja o el Teléfono de la Esperanza, tal y como esa aplicación propone. El problema es lo que tales instituciones pueden ofrecer en materia de urgencia y proximidad.
Riesgo de escindir a la comunidad de pacientes
Por otro lado, unas orientaciones escritas, generadas por algoritmos, basadas en una serie de respuestas predeterminada, aunque estén diseñadas por psicólogos, no pueden sustituir a la ayuda que un profesional de la psicología puede ofrecer a través de una evaluación exhaustiva, detallada y minuciosa de la problemática del paciente. Algo que un algoritmo de momento no puede hacer al carecer de flexibilidad para ir adaptando las preguntas y su comportamiento a los cambios conductuales que muestra el paciente que tiene delante.
Se ha dicho que esta herramienta sirve para “democratizar” el acceso a la psicología a grupos grandes de población. La democratización debe ser entendida como el acceso universal a tratamientos psicológicos de calidad llevados a cabo por profesionales de carne y hueso, no a la atención por algoritmos predeterminados, que como máximo pueden ser utilizados por el momento como filtros de escasa calidad. No es lo que las personas con problemas necesitan. No debería despistarnos la proliferación de estas aplicaciones señalándolas como sinónimo de atención psicológica, sino como herramientas que dan lo que pueden ofrecer: instrumentos de cribado y derivación de personas con problemas psicológicos graves. De hecho, el aumento de estas formas de “atención psicológica”, si son legitimadas y puestas al mismo nivel que la atención psicológica entre paciente y profesional, pueden convertirse en una forma de dividir la sociedad entre los que reciben orientaciones por algoritmos, por su falta de recursos económicos, y los que reciban una atención personal, presentando ambas formas como igualmente válidas y eficaces cuando no lo son. ¿Quién querría que le atendiera un algoritmo cuando puede elegir ser atendido por un profesional con conocimientos y experiencia?
Además, las orientaciones psicológicas que ofrecen, tras la realización de la batería de preguntas, solo pueden ayudar a las personas que ya tienen recursos para llevarlas a cabo. ¿Es posible que una persona sea capaz leyéndolas de solucionar por si solo su problema psicológico? Si es así, es más que dudoso que lo tuviera, ya que una persona que puede solucionar los problemas por sí mismo, leyendo simplemente unas recomendaciones, posee sin duda los recursos personales para hacerlo y, por lo tanto, no necesitaría terapia.
Lo que requiere una persona con un problema psicológico es un tratamiento con profesionales donde se pueda realizar una vínculo terapéutico, una evaluación exhaustiva, un aprendizaje en habilidades, si es necesario, y un tratamiento individualizado con un seguimiento de la consecución de las pautas relacionadas con los objetivos formulados iniciales. En psicología la solución pasa por eso. Los algoritmos tienen utilidad para otras cosas pero no pueden sustituir una atención psicológica de calidad de carne y hueso. Cada cosa tiene su lugar. Es posible que en un futuro la tecnología nos moldee de tal forma que ser evaluados por algoritmos pueda ser eficaz. Pero será porque nos pareceremos menos a los humanos que ahora somos y funcionaremos más con la lógica de los algoritmos. Eso aún no ha llegado. Aún necesitamos humanos.
Muy interesante planteamiento 😮