Hoy presentamos a nuestros lectores unas interesantes reflexiones del psicó-logo Juan Fernández Blanco, Director del Centro de Día de Alcalá de Henares, publicadas en e_magazine Conductitlan 2021, Vol.6, No. 1, pp. 49-69. Conviene advertir que se trata de un texto orien-tado a profesionales y personas muy inte-resadas en la psicología, que se puede descargar íntegro al final de este resu-men.
Vivir implica muchas cosas y no todas son buenas y agradables. El malestar es algo implícito en la vida. Es imposible que no haya un día que no sintamos alguna frustración o algún un pequeño enfado, en definitiva, una molestia que nos produce infelicidad. La forma en la que interpretemos esas molestias cotidianas, diarias, puede hacer que tengamos una narrativa de lo que ocurre más o menos ajustada a la realidad. ¿Si el malestar es algo esperable, normal y cotidiano porque nos preocupamos tanto cuando lo tenemos? ¿Por qué podemos pensar que estamos trastornados o enfermos?
La cultura en la que vivimos tiene mucho que decir sobre cómo interpretamos el malestar. En general, se tiene la idea de que la “normalidad” está exenta de esos pequeños malestares, que lo “normal” es siempre estar contento, feliz y en equilibrio emocional. O eso es lo que nos venden, por ejemplo, en redes sociales, donde las imágenes y videos que se muestran son, en general, de personas que viven en el culmen de la felicidad. ¿Es eso realista? Obviamente no. Lo que ocurre cuando uno no espera sentirse mal nunca es que sobredimensiona el malestar, se puede tornar insufrible. Porque se rechaza y quiere evitarse a toda costa. En vez de buscar una relación amistosa, de inclusión de esos pequeños malestares, se intenta que no estén, que desaparezcan, y eso es imposible.
Imaginemos, por ejemplo, hacer una carrera universitaria teniendo la idea de que la frustración no hará acto de aparición en algún momento. O discutir con un amigo íntimo y creer que sentir miedo ante la idea de perderle es indicador de sufrir un problema psicológico. Hay que llevarse bien con lo que nos provocan estas situaciones. No hay felicidad sin infelicidad. No hay bienestar sin malestar. Hay que integrar esa parte dentro de lo que podemos esperar de un día a día, sin intentar extirparlo de la vida. Es difícil tarea, eso sí, en una época de consumismo salvaje en que el origen de ese consumo es la insatisfacción por todo. El malestar hace que compremos algo que seguro lo quitará. Y quizá lo consiga durante un rato, pero al no ser cierto que esa es la solución al malestar seguimos comprando.
El papel del psicólogo es muy importante a la hora de normalizar el malestar vital, devolviendo a la red de apoyo natural de la persona que pide ayuda por estos malestares cotidianos. La red de apoyo, es decir, familiares, amigos y conocidos son los primeros a los que se debe acudir para solucionar estos malestares. Si el problema persiste en el tiempo, no se soluciona con este apoyo y aplicando el sentido común, es momento de acudir a un profesional. Y es que la psicología “mundana”, ese conocimiento adquirido por el paso del tiempo y la experiencia, tiene su lugar a la hora de ayudar y entender a las personas que nos rodean. Es un conocimiento no formalizado, guiado por el sentido común que debe activarse cuando un problema acontece. Se contrapone a la psicología como disciplina que pone en marcha un conjunto de saberes que van más allá de esa psicología mundana y que sí pueden dar respuesta a los problemas que constriñen y lastran la vida de una persona. Es ahí cuando el psicólogo debe dar herramientas al entorno y a la persona que acude a terapia para poder solucionar los problemas por sí mismo. Para que pueda gestionar lo que la vida le trae de formas diferentes cuanto antes.
Hay que aprender a vivir con contradicciones, sobresaltos y frustraciones. Y evitar llamar trastorno psicológico o incluso enfermedad psicológica a estos malestares “normales”. Si nos sentimos desbordados por esos malestares diarios al interpretar que no deberían aparecer, podemos pensar que no tenemos recursos para manejarlos ya que resultan completamente inesperados; pero lo cierto es que son tan “naturales” como los momentos agradables, de felicidad. En definitiva, esta actitud hace que tengamos una percepción de la realidad y de la vida distorsionada. Se puede vivir con tales malestares, llevándolos de la mejor manera posible con ayuda de los demás y aspirando a superarlos con el correspondiente esfuerzo. (Maribel Gámez)
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