QUEDARSE EN BLANCO
Una explicación al fenómeno de no recordar nada en un momento dado
Maribel Gámez, 18-3-2023
Todos están mirándote. No tienen nada más que hacer que mirarte. Y es que es lógico, están ahí para escucharte, para recibir aquello que tengas que decir. Tú lo sabes y antes de ponerte a hablar en público ya estás imaginando los peores escenarios.
Ese silencio denso que domina la sala y que tú deberías cortar y no sabes cómo. Te has preparado muy bien la exposición pero ahora no te viene nada a la cabeza. Te has quedado en blanco. Totalmente.
La gente carraspea, tose, para llenar el vacío prolongado que estás dejando. Tu cabeza va a mil pensamientos por hora, culpándote por ser así, sabiendo con certeza lo que piensan los demás de ti. Y no es algo bueno.
En tu imaginación, que es donde discurre toda esta escena, tus piernas cogen el control y se marchan del lugar para evitar ser el centro de atención. Por lo menos durante un rato, porque, también en tu imaginación, crees que los asistentes a tu charla hablaran de que saliste corriendo durante las próximas décadas. Será el acontecimiento más comentado del año. Se le prestara mucha más atención a tu huida que a lo que pueda ocurrir en redes sociales, en la vida de cualquier famoso.
Así es el funcionamiento de tu pensamiento cuando tienes miedo. Probablemente jamás te haya ocurrido una situación similar, pero te preocupa, y mucho, que te ocurra. Seguramente tu miedo a que te quedes en blanco es producto de pasarlo mal a la hora de exponer en público o de realizar un examen importante.
Quedarse en blanco es una experiencia que casi todos hemos adelantado, al menos en alguna ocasión, que nos podría ocurrir. Que no haya forma de sacar ninguna información del cerebro que ha decidido jugarnos la peor de las pasadas en el peor momento.
Para explicar este fenómeno hay que entender bien el funcionamiento de la memoria y del estrés y cómo interactúan entre sí. La memoria es un proceso que nos permite codificar, almacenar y recuperar información en ciertas estructuras cerebrales. Es vital para el aprendizaje, para poder vivir y manejarnos correctamente en el día a día. Cuando la memoria se ha consolidado en nuestro cerebro y está disponible para que la usemos cuando la necesitamos se habla de memoria a largo plazo.
Si lo que estamos utilizando es información que podemos retener durante un corto período de tiempo para realizar una tarea hablamos de memoria a corto plazo o memoria de trabajo. Esta información más efímera que utilizamos durante un corto período de tiempo, puede desvanecerse al terminar la tarea que llevamos a cabo pero puede también pasar a formar parte de la memoria a largo plazo, dependiendo de lo que hagamos con ella. De ese proceso de consolidación se encarga el hipocampo, estructura del sistema límbico, entre otras, que reorganiza la información en el neocórtex cerebral.
Recuperar información consolidada frente a un examen o en una presentación ante un auditorio es esencial para salir de esas situaciones con éxito. Si no recuperamos lo que hemos aprendido o estudiado, fracasaremos.
Y en su recuperación, en ese momento, también entra en juego la segunda variable, el estrés. Todos tenemos un sistema de alerta que nos prepara para enfrentarnos a los retos que debemos superar. Un examen o una charla ante un grupo de gente es un reto social. Una situación que para la mayoría de las personas provoca que ese sistema de estrés se encienda.
Las emociones intensas, que encienden el sistema de estrés, hacen que se fije de una manera más fuerte la información en nuestra memoria. Se ha demostrado que las emociones fijan mejor los recuerdos. Tanto las emociones placenteras como las displacenteras pueden activar el sistema de estrés. Emoción y memoria están en relación gracias a la acción de una serie de hormonas cuya acción modifica nuestro comportamiento para vencer el reto y volver a un estado de reposo, de equilibrio.
Dependiendo del nivel de estrés que experimentemos en el cuerpo seremos capaces de retener con mayor o menor éxito la información que recibimos. Y también de recuperar lo retenido. Si el estrés es muy elevado perjudica la consolidación de los recuerdos y su recuperación, pero ayuda a estas dos tareas si es moderado. Si el cuerpo reacciona de manera proporcionada a la situación a la que nos tenemos que enfrentar, ayudara a que consigamos resolver los retos que tenemos delante; si se pasa en intensidad, todo se complica. Y esta diferencia se debe a los procesos hormonales que se desencadenan cuando estamos en una situación de gran intensidad emocional.
En el sistema de estrés existen dos procesos fisiológicos que están implicados y que se activan con una diferencia de tiempo entre ellos..
El primero, de acción rápida, activa un eje que incluye el hipotálamo, la glándula pituitaria y las adrenales. Es una respuesta inmediata que tiene como objetivo que el cuerpo se prepare para luchar o huir. Es la respuesta primitiva que tantas veces nos ha salvado de los depredadores, que nos hace correr, escondernos, sobrevivir.
Las famosas hormonas de las que todos hemos oído hablar, adrenalina, norepinefrina y dopamina (las llamadas catecolaminas), hacen ese trabajo desde la médula suprarrenal, parte de las glándulas suprarrenales situadas encima de los riñones, que es desde donde son segregadas.
Y afectan a centros de la memoria y el aprendizaje como la amígdala y el hipocampo.
Pero no solo las catecolaminas entran en juego; la segunda respuesta, unos diez segundos después, implica otra vez a las glándulas suprarrenales (aunque esta vez desde la corteza), que realizan otro trabajo en situaciones de estrés: liberar glucocortidoides, otro tipo de hormonas. Dentro de esa familia, la de los glucocorticoides, la hormona más conocida es el cortisol que se libera más tarde que las catecolaminas. Esta respuesta más lenta y menos estereotipada es la que consigue que la adaptación al medio sea individualizada para cada persona.
Se sabe que el cortisol puede tener efectos tóxicos en el organismo a niveles altos, producto de situaciones agudas o prolongadas de estrés y que perjudica tanto a la consolidación de los recuerdos como a su recuperación.
Si el cortisol está en dosis elevadas el tiempo suficiente, se produce una atrofia del hipocampo ya que esta estructura cerebral presenta gran cantidad de receptores de glucocorticoides, lo que implica problemas en la recuperación de la memoria. También se ha visto que el exceso de cortisol afecta también al aprendizaje y dificulta el correcto funcionamiento de las funciones ejecutivas, es decir, a las capacidades superiores que nos ayudan a movernos en base a objetivos en la vida.
Por eso nos quedamos en blanco. El cortisol en exceso influye en el funcionamiento del hipocampo, que es la estructura encargada de la memoria a largo plazo y, en concreto, de la recuperación de la memoria declarativa, que es la que se encarga de recordar hechos o episodios del pasado.
¿Cómo podemos conseguir desactivar el sistema de estrés y así rebajar los niveles de cortisol que facilitarían el recuerdo?Creando las condiciones para experimentar emociones contrarias o incompatibles con el estrés, como la relajación. Practicar una adecuada respiración y relajar muscularmente el cuerpo con técnicas específicas, como la relajación progresiva de Jacobson que ayuda en la conciencia de cómo de tensos están los grupos musculares, puede lograrlo.
También es importante cuidar la manera en la que adelantamos cómo vamos a reaccionar a situaciones que nos causan estrés. La forma en la que pensamos sobre lo que va a acontecer también puede activar el sistema de estrés generando ansiedad, es decir, pensamientos futuros de incertidumbre y miedo hacia aquello a lo que nos vamos a enfrentar.
Si es elevado o continuo, el cortisol puede jugarnos malas pasadas en el momento de ponernos a prueba. Ser conscientes de cómo el cuerpo de cada uno responde a la realidad, permite cambiarla a nuestro favor.
La biología nos da una explicación de lo que nos ocurre y la psicología las herramientas para tomar el control voluntario de las situaciones que la vida trae.