¿PUEDE LA TRISTEZA CONVERTIRSE EN DEPRESIÓN?
Maribel Gámez, 17-9-2022
Se nos olvida con frecuencia, pero las emociones que todos conocemos como la tristeza, la alegría o la sorpresa son de naturaleza física. Es el cuerpo el que reacciona ante lo que ocurre, provocando sensaciones. Cuando las sentimos es inevitable ponerles una etiqueta, un nombre, dependiendo de cómo reaccione el cuerpo a aquello que las ha provocado.
De pequeños, muy pronto nos enseñan cómo hay que llamarlas para distinguir unas de otras. Nos han dicho que si lloramos es porque estamos tristes, si sonreímos nos ocurre lo contrario, es la alegría lo que experimentamos; si abrimos mucho los ojos es sorpresa lo que sentimos. Que nuestro cuerpo reaccione con tanta expresividad, es esperable en los humanos, ya que vivimos en sociedad.
Con solo mirarnos la cara los demás pueden conocer qué nos pasa y reaccionar en consecuencia. Pero tan o más importante que la información que los demás ven es lo que experimentamos en nuestro cuerpo, que nos envía un mensaje a través de lo que sentimos: ese mensaje informa de que algo ha roto el estado de equilibrio anterior.
Algo ha ocurrido a lo se debe hacer frente como, por ejemplo, la pérdida de un proyecto importante, como una relación de pareja o un deseado puesto de trabajo, recibir una sustanciosa herencia o una fiesta sorpresa. Las emociones nos señalan que algo está pasando y que es importante que prestemos atención. El cerebro entonces decide que hay que preparar el cuerpo para adaptarse a la nueva situación.
Una parte fascinante del cerebro llamado sistema límbico se encarga de identificar y regular las emociones, en concreto con dos estructuras llamadas amígdala e hipocampo, íntimamente ligadas. La primera se encarga de procesar y dar la señal para que se desencadenen una serie de respuestas hormonales y químicas en el cuerpo en coordinación con la segunda, el hipocampo, que por otra parte está relacionado con la memoria.
Juntas modulan la respuesta emocional haciendo que sea única para cada persona. Y lo hace, en el caso de la tristeza, a través de unos mensajeros químicos, denominados neurotransmisores, específicamente el GABA (ácido gamma-aminobutírico) y la serotonina, que generan el comportamiento que vemos en las personas que sienten tristeza.
Cualquiera que se haya fijado en alguien con un estado de ánimo bajo verá que estas personas están más enlentecidas, con pocas ganas de hacer cosas, llorosas. Y esto no es por azar o capricho del cerebro. La tristeza como todas las emociones, tiene una función. El cerebro no se pone en marcha para provocar que una persona se comporte con tristeza por nada. Los signos visibles de la tristeza están encaminados a que esa persona se recupere y vuelva a un estado de equilibrio, a un estado tranquilo, de no tristeza, aunque parezca extraño de entender. ¿Cómo lo consigue? Si una persona está triste, la expresión de la cara, sus gestos, sus comportamientos indican a los demás que efectivamente lo está para que se den cuenta y respondan en consecuencia. Por ejemplo, intentando animarla y pasando más tiempo con ella hasta que recupere la alegría.
Si los demás no vieran que está triste esto no ocurriría. Se sabe que el apoyo social es un factor importante en la recuperación de las personas que pasan por momentos dolorosos. Los demás reaccionan a la tristeza y funciona, en muchos casos, para que este cada vez esté menos presente en aquel que la sufre. Es el resultado de un proceso evolutivo largo y efectivo en el que en nuestros genes ha quedado codificada la expresión emocional.
Lo segundo es que proporciona una información valiosísima a quien siente tristeza. Mantiene fresca la idea de que algo se ha perdido, de que hay que pararse y reflexionar sobre lo ocurrido y buscar soluciones. De ahí el enlentecimiento, el llanto que paraliza parcialmente la vida para que se preste atención a lo que ha pasado.
La ayuda de los demás, la reflexión y la búsqueda de soluciones acaban con la tristeza. Por eso se dice que la tristeza es adaptativa, es decir, que se genera para direccionar a la persona a superar una situación concreta y no un problema. Nos centra en lo importante.
La depresión es otro asunto muy diferente a la tristeza. A muchas personas les preocupa sentir tristeza porque creen que es la antesala de la depresión. Temen que si están tristes al poco tiempo estarán depresivos. Y no tiene por qué ser así si se sabe cómo manejar la tristeza. No hay que temerla mientras se tenga claro que hay que hacer un esfuerzo por salir de ella. Manteniendo el contacto social, los planes placenteros y la rutina habitual, esa emoción se irá y dará paso a otras.
Lo que hacemos cuando estamos tristes puede mantener ese estado o hacernos salir de él. Si se abandonan esos hábitos protectores la tristeza puede prolongarse en el tiempo y venir acompañada de otros síntomas, convirtiéndose en depresión.
La depresión, al contrario que la tristeza, es un problema psicológico que requiere, en la mayoría de los casos, de tratamiento por profesionales de la psicología y la psiquiatría para su recuperación. Se puede detectar con facilidad si se observa que durante un tiempo aproximado de dos semanas la persona se muestra triste la mayor parte del día, casi todo el tiempo, no le interesa ni le produce placer prácticamente nada, la idea de desaparecer le ronda la cabeza y, además, hay problemas con los hábitos de sueño y comida.
Estos síntomas se apoderan de la persona y limitan seriamente su vida: una tela de araña, un muro de piedra que no deja ver a través de él, un pozo oscuro, son algunas de las metáforas que eligen las personas que sufren depresión para describir cómo viven el día a día padeciendo este problema de salud mental.
Mientras que la tristeza es un estado de ánimo con el que se puede convivir mientras uno se recupera con la ayuda de los demás y que poco a poco va disminuyendo de intensidad, la depresión es un problema incapacitante y complejo. En resumen, la tristeza es una protección ante la depresión si nos damos cuenta de lo que quiere decirnos: que debemos hacer los cambios necesarios para adaptarnos a una situación nueva con el apoyo de los demás.