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La locura a través de los siglos (V)

S. XVII y XVIII (empirismo, racionalismo, Ilustración)

Juan Fernández Blanco

La luz de la razón ha de llegar allí donde domina la oscuridad de la ignorancia, donde se hacen hegemónicas las tinieblas de la superstición y la quimera. De este modo pregonaban los enciclopedistas la llegada de una nueva era de renovación y progreso  Ese racionalismo crítico, característico del pensamiento ilustrado y  nacido de la secularización y la ciencia moderna, sacudió, como un vendaval, la necedad ignominiosa, la superchería ignorante y oscurantista  desde la que se explicó la locura entre los siglos V y XV.

Ya en el siglo XVI se atisba una vuelta a la sensatez y a un juicio algo más circunspecto. Se cuestionan las causas sobrenaturales como falsas y dañinas. De nuevo asoma el influjo de la Grecia Clásica. Vuelve las teorías que sitúan la vesania en los lindes del trastorno orgánico. Arquetipos, somatotipos y desequilibrios humorales  se arguyen como explicación de la insania demente.

Con la llegada del siglo XVII, la filosofía cartesiana cada vez está más presente en los ámbitos científicos y culturales de la sociedad occidental. La razón (el cogito) es vista como el máximo exponente de lo humano. La locura, como la razón (el cogito) pertur-

Novum Organum Scientiarum (1620), de Francis Bacon, describe el razonamiento inductivo y sienta las bases del empirismo

bada. Es pues la irracionalidad la que subyuga la mente trastornándola. Asistimos a un viajar, de la locura, de lo sobrenatural a lo orgánico, y de lo orgánico a lo mental. Como tendremos ocasión de comentar, no será éste el último ni definitivo viaje.

La ciencia, comienza a explorar, con más atino, aquello que hay dentro del cráneo. Se sientan aquí las bases de la futura neurología y comienzan a describirse las principales estructuras anatómicas del cerebro y las funciones a ellas asociadas.  No van a tardar en reconceptualizarse los presuntos orígenes del comportamiento humano y los trastornos a él asociados.

El Discurso del método (1636), de R. Descartes, describe el razonamiento deductivo y sienta las bases del racionalismo

En este siglo el médico inglés Edward Jorden escribe un libro titulado "Breve discurso sobre la enfermedad denominada sofocación de la madre". En él defiende que lo atribuido a posesiones satánicas era simple y llanamente una enfermedad. Dice el Dr. Jorden en 1603, "acciones y pasiones extrañas del cuerpo humano, que el vulgo imputa al diablo, tienen una verdadera causa natural y son síntomas de enfermedad". La preocupación fundamental de Jorden era dar una explicación naturalista a todos estos padecimientos.

Como curiosidad reseñar que, mucho antes que Freud (1856-1939),  Edward Jorden (1569-1633) explica que determinados padecimientos, más tarde diagnosticados como histeria, son propios de la madre, o lo que es lo mismo de la mujer. El útero, como órgano identificativo por antonomasia  de mujeres y madres, aloja este mal. Por eso a este mal se le llama furor uterino o histeria. Sabido es que,  la palabra histeria viene del griego hyster que significa útero

Lo que son las cosas. Casi a la par de lo que Edward Jorden sostenía, y desde el mismo país, Robert Burton (1616), clérigo y rector de la Universidad de Oxford, se le oponía con explicaciones que seguían proclamando fidelidad a las teorías etiológicas de la lo-

cura que habían dominado en la Edad Media. Quién sino el diablo, decía el tonsurado inglés, podía estar detrás de la desesperación desjuiciada y del suicidio.

Sin embargo, a la hora de explicar la melancolía apelaba a la teoría clásica de los cuatro humores. De tal suerte que la melancolía quedaría explicada por un exceso de bilis negra. Hay que decir que los médicos, en el siglo XVII, mayoritariamente defendían que el habla ininteligible (disparatada), las convulsiones, los llantos, los gemidos y síntomas similares estaban causados por un exceso de bilis negra. Los vapores humeantes ascendían hasta la cabeza, a través de las entrañas, y terminaban nublando el juicio. La doctrina humoral se mantendrá vigente hasta el siglo XVIII.

Quizá se pudiese decir que fue Burton quien, en su libro Anatomía de la melancolía, alude por primera vez a la influencia de factores psicosociales para tratar de clarificar este complejo y, al menos hasta entonces, críptico asunto. Así, relacionaba las perturbaciones mentales con las pasiones, con el ocio, con las emociones, con las ambiciones, la soledad y la miseria.

Otro ejemplo del renacer de pensamientos algo más juiciosos y talentosos, en torno a la alienación, nos lo ofreció, en la Jena de 1693, el Dr. Ernst Heinrich Wedel cuando afirmó, "los espectros, son representaciones ficticias que van contra las leyes de la naturaleza".

Y qué decir de Thomas Willis, anglicano realista que ya en el siglo XVII acuñó el término de neurología. Willis se desgañitaba tratando de convencer a propios y extraños de que la supuesta posesión luciferina era un asunto relacionado con la deficiencia nerviosa y cerebral. Este buen señor abre la senda que han de seguir racionalistas e ilustrados en su equiparación de posesión y enfermedad. Los prohombres del siglo de las luces y de la razón van más allá y patologizan la religiosi-

Thomas Willis, pionero de la neuroanatomía, autor de Patología del cerebro y el sistema nervioso humanos (1664)

dad. Cuando la ciencia y la razón, decían los enciclopedistas, no hacen sucumbir la religiosidad, el ser termina enfermando.

Merece la pena detenerse unos instantes para traer a colación que las teorías freudianas, sobre la religión, beben directamente de autores como Voltaire y Diderot. Ambos declararon que las creencias cristianas no dejaban de ser una secreción mórbida producida por cerebros enfermos.  Recordemos que tiempo después Freud dice: Dios es una ilusión, la fe la satisfacción de un deseo y la creencia una proyección mental que colma ciertas necesidades neuróticas, y que puede explicarse mediante la sublimación de la sexualidad reprimida o del deseo de muerte.

La Enciclopedia (1751–1772), “diccionario razonado” de Diderot y d'Alembert

Volviendo a la época ilustrada diremos que, para entonces, la historia ya había evolucionado, a la hora de entender y tratar la locura, sustituyendo clérigos por doctores.

Pero tal evolución no impidió que, en esos “ilustrados” y “racionalistas” siglos XVII y XVIII, se dijese que la locura produce individuos asociales. Por eso, postulaban su encierro. No como medida terapéutica. No para protegerlos de la incomprensión  social, sino más bien para protegerse la sociedad de ellos. He aquí la génesis de “el gran encierro”. La “institución total” abre de par en par sus puertas a quienes, por perturbación mental, son equiparados a vagabundos y delincuentes y por tanto, juzgados como un peligro para la sociedad. No hemos de olvidar que en nuestro país, en tiempos de la dictadura franquista, no hace tanto, se aplicaba, a los enfermos mentales, la Ley de peligrosidad social.

El Hospital General de París bien puede ponerse como un buen ejemplo, desde el siglo XVII, de lugar para el gran encierro. Este hospital no tiene ninguna relación con lo médico (con la sanación). Es una instancia de orden para la condenación de la ociosi-

dad. Este tipo de instituciones van a proliferar por toda Europa. En ellas se mezcla a locos, pobres, desocupados, mendigos y mozos de correccional con el fin de disimular la miseria social. Los locos son identificados con la ociosidad, con la inutilidad social. Se les llama alienados y se les agrupa con licenciosos, blasfemos, libertinos y  criminales en el mismo espacio del correccional.

La locura, vienen a decir aquellos que la tratan, ejemplifica la inmoralidad. La locura, posee a la persona inmoral que se denigra a un estado de pura animalidad (el animal como ser carente de moral). La locura, como ejemplo de en lo que puede convertirse la persona in-moral. En sociedad, por el bien común y la supervivencia, deben vivir personas razonables (morales).

Todo lo que no es racional, moral, es decir la sin-razón, ha de quedar excluido del mundo social y recluido en el asilo.

En el siglo XVIII se llega a decir que los enajenados, los insensatos, la locura en sus diferentes formas, es el grado cero de la naturaleza humana. Cuando este posicionamiento se extrema al límite aparece la teoría de que el loco no es un enfermo, es un animal. Por eso la doma y el embrutecimiento son los métodos para su dominación y control. Las prácticas in-humanas de los internados (latigazos, palizas, encadenamientos, maltratos de toda índole) se  justifican por esa libre animalidad de la locura, donde el ser humano, en su sentido más puro y genuino, ha dejado de existir.

Parece evidente que la razón no supo qué hacer con la sinrazón. Lo más racional que se le ocurrió, dado que no podía ni dominar, ni contener, ni subvertir la irracionalidad, fue encerrarla. Así, cogieron a los orates, los más parias entre los parias, y recortaron su vida a la paupérrima cotidianeidad del asilo nosocomial; "la nave de los locos" iniciaba su travesía por el mar de la nada existencial.  

“¡Atrévete a saber!” sintetiza la obra ¿Qué es Ilustración? (1784), de Kant

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Robert-Fleury, ‘Pinel, médecin en chef de la Salpêtrière en 1795’ (1876), zona de mujeres del Hospital General

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