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NUEVOS MODELOS DE COMPORTAMIENTO (y III)

EL FIN Y EL PRINCIPIO DE LA HISTORIA

Alvaro Sánchez, 5-7-2023

La sociedad está cambiando y con ella los conceptos de bien y mal. ¿Sabremos los psicólogos acercar a la gente a la verdad, sea cual sea, a través de un actitud crítica y racional hacia aquello que le rodea? La próxima entrega de esta serie de artículos aborda este cambio de valores y modelos desde una perspectiva más amplia y necesaria.

Son las palabras con las que Maribel Gámez, la Directora del Centro de Psicología Aplicada, cerraba su último artículo ‘Modelos de conducta y medios audiovisuales’, segunda y anterior entrega de esta serie sobre los nuevos modelos de comportamiento.

 

Me toca a mí ampliar la perspectiva de esta transformación  desde un punto de vista más sociológico y, sobre todo, filosófico.

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez

humanas cambios tan radicales como los que observamos hoy, que afecten a los conceptos de bien y de mal, de verdad y de mentira? Bueno, se han dado siempre, pero en la inmensa mayoría de las ocasiones en escala temporal tan amplia que no se pueden calificar de radicales, de revolucionarios, sino de lógica y previsible evolución de las relaciones sociales y tecnológicas.

Es el caso, por ejemplo, de la denominada Revolución Neolítica, que supuso el tránsito de las sociedades cazadoras-recolectoras nómadas a las agrícolas sedentarias y los primeros asentamientos fijos. Y supuso también la aparición de la propiedad privada y de los primeros conatos de estado. Ocurrió a lo largo de miles de años, así que la definición de revolución es en su caso de difícil aplicación, pero se viene aceptando desde 

 

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez

Es sabido que la función primordial de la filosofía es realizar la analítica de la realidad, para lo que esta metaciencia se mueve en tres campos esenciales: la filosofía de la ciencia, la filosofía del lenguaje y la filosofía de la historia; contando para ello con una herramienta muy poderosa, la lógica matemática.

 

Asombrarse ante lo que ocurre caracteriza al filósofo y al niño (aunque, a estos últimos,  cada vez menos a causa de las pantallas). Y en estado de asombro, el filósofo busca referencias, establece relaciones e indaga sobre posibilidades en demanda asintótica de la verdad.

 

El asunto que toca hoy, los nuevos modelos de comportamiento, nos remite inicialmente a la filosofía de la historia. ¿Cuándo se han dado en la historia de las sociedades

 

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que la propuso Vere Gordon Childe en los años cuarenta del pasado siglo.

 

Se trataba de sociedades en las que los nietos vivían exactamente igual que sus bisabuelos, con puntuales excepciones cada varias generaciones ocasionadas, pongo por caso, por la llegada de un nuevo instrumento metálico punzante nunca visto o de una nueva forma cerámica más eficiente. Está claro que la posesión de ese nuevo instrumento metálico podía condicionar de manera determinante las relaciones jerárquicas entre los miembros de la comunidad, así como condicionar también las relaciones de ésta con otras geográficamente cercanas que aún no lo conocieran.

 

Cuando esto ocurría, las transformaciones mentales que

experimentaban los individuos concretos que vivían esos cambios tecnológicos y sus implicaciones sociales sí pueden calificarse de revolucionarias: su vida cotidiana cambiaba de manera significativa, mejorando algunas de sus condiciones si estaban en poder del preciado instrumento. A su vez, estos cambios vitales modificaban inevitablemente su visión del mundo.

Pero si nos fijamos en las Revoluciones Americana, Francesa y Rusa, por ejemplo, sí que pueden calificarse coherentemente como tales. Porque en un corto periodo de tiempo las dos primeras (entre 1765, que se inicia la americana, y 1799, que finaliza la francesa), y en un cortísimo la rusa (entre 1917 y 1923), se transforman radicalmente todas las relaciones sociales y sendas visiones del mundo que se consideraban prácticamente

 

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
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inmutables son sustituidas por otras contrapuestas.

 

Asombra imaginar las transformaciones mentales que experimentaron los individuos que vivieron, y en muchos casos protagonizaron, tales revoluciones. Por ejemplo, los humildes labriegos habitantes de un pueblito francés cuyo mundo transcurría entre las torres del castillo del noble y la torre de la iglesia del cura. Controlados vitalmente por el primero, pastoreados espiritualmente por el segundo y exprimidos económicamente por ambos en nombre de un lejano rey y un inimaginable pero poderosísimo dios.

 

Pero irrumpe en ese paisaje un ejército de citoyens armados que despachan con cuatro tiros a uno y a otro, emplazando a los asombrados labriegos a convertirse a su vez en ciudadanos

sujetos de derechos y deberes de una República que proclama libertad, igualdad y fraternidad. No hay ya un dios ordenador del mundo y un rey ejecutor de ese orden inmutable, sino las mucho más próximas Libertad, Razón y Justicia guiando al pueblo del que emanan. ¿Cuesta entenderlo? Cuesta, cuesta… Pero una vez se ha entendido, aunque sea fragmentariamente, no hay vuelta atrás mental: el súbdito se ha convertido en ciudadano.

El cambio de configuración mental en las opiniones mayoritarias de las sociedades no tiene carácter de iluminación colectiva, sino que constituye un tránsito sujeto al principio brillantemente descrito por Gramsci como el momento en el que el viejo mundo no acaba de morir y el nuevo no acaba de nacer,  momento que puede prolongarse significativamente hasta que se resuelve el choque de visiones del mundo.

 

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
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Sin lugar a dudas, el mayor choque de visiones del mundo hasta el momento actual se produjo en la primera mitad del s. XX, entre la democracia (a su vez dividida entre las opciones conservadoras y las liberales), el comunismo y el fascismo. Era un mundo en crisis necesitado de soluciones drásticas a causa del desigual reparto de la riqueza generada por el enorme desarrollo de las fuerzas productivas de mano del progreso tecnológico, la especialización y el imperialismo.

 

Las soluciones que ofertaban los tres modelos de sociedad eran incompatibles entre sí, por lo que el conflicto resultó inevitable. El choque tuvo carácter planetario y el único continente que se libró del desastre directo fue América (descontando la Antártida, obviamente). Según statisticsanddata.org, el número de víctimas mortales ascendió a 68 millones, correspondiendo a la Unión

Soviética la cifra más significativa: 25 millones. Por algo los soviéticos y actualmente los rusos denominaron Gran Guerra Patria a lo que el resto del mundo llama II Guerra Mundial.

La alianza coyuntural entre la democracia y el comunismo facilitó eliminar al tercer contendiente, el fascismo (aunque de manera residual persistió pocas décadas en el sur de Europa y Sudamérica). La lógica nos dicta que el siguiente e inevitable paso debería haber sido una nueva confrontación entre los vencedores, hasta que sólo quedara una visión del mundo triunfadora, pero el desarrollo científico y tecnológico llevó a otra cosa: las armas nucleares y el concepto de destrucción mutua asegurada, que hacían imposible el enfrentamiento directo entre las dos superpotencias por el riesgo de holocausto nuclear, en el que ya no habría vencedores sino que todos seríamos vencidos.

 

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
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A la vista de todo ello, cabe preguntarse cómo asimilaba la mente de la mayoría de las personas que vivieron esa primera mitad de siglo los drásticos y frecuentes bandazos políticos, económicos y sociales que alteraban la vida cotidiana y la convivencia, a veces en formas absolutamente dramáticas.

 

¿Se aferraba al antiguo y pacífico orden el ciudadano alemán que contemplaba una columna de camisas pardas nazis atacando comercios regentados por judíos para romper los escaparates, arruinar el género y apalizar a los comerciantes? No, sabemos que la mayoría de alemanes votó a Hitler y a su Partido Nacional Socialista Obrero Alemán en las elecciones de 1932 y 1933, y confirmó la elección de Hitler como Führer de Alemania en el referéndum de 1934. La mayoría del pueblo alemán participó consciente y decididamente en la barbarie.

Lo que obligó a los Aliados vencedores a ejecutar un duro programa de desnazificación en toda Alemania afectando a decenas de millones de alemanes, que tuvieron que efectuar un nuevo bandazo mental y asimilar una diferente forma de concebir el mundo para sobrevivir dignamente en los duros primeros años de postguerra. Los Juicios de Núremberg, en los que se condenó a los principales jerarcas nazis capturados, no fueron sino la cúspide de un gigantesco proceso que pretendía reconducir a los supremacistas alemanes hacia nuevos y pacíficos modelos de relaciones entre las personas y las naciones.

El objetivo para la segunda mitad del siglo XX era ya explícito: no es posible la guerra nuclear entre las potencias hegemónicas y nunca más, por ningún concepto, debe haber guerra en el 

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
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continente europeo. Estamos todos de acuerdo, ¿no? Así que los enfrentamientos entre las democracias capitalistas y el comunismo, fondo inevitable como hemos visto, se esparcen por todo el globo mediante colaboradores interpuestos y siempre procurando que no se desborde en riesgo nuclear, como ocurrió en la conocida como crisis de los misiles en Cuba, en 1962, que durante unas semanas generó un estado de terror en la mayoría de la población mundial, pendiente de la radio por si acaso se declaraba una alerta nuclear que felizmente no ocurrió.

 

Lo que sí ocurrió unos pocos años más tarde, seis para ser exactos, fue Mayo del 68. Y, otra vez, nada volvió a ser igual.

 

Se cuenta, y no sé si es una leyenda urbana o realmente ocurrió,

que las principales agencias publicitarias estadounidenses despacharon hacia París en 1968 a sus más hábiles ejecutivos en la captación de talento. Marchaban provistos de un cheque en blanco para localizar y contratar al precio que fuera al autor de la frase “Prohibido prohibir”, que por entonces estaba dando la vuelta al mundo como emblema de lo que sería conocido como la Revolución de mayo del 68. El plan B de los cazadores de talento incluía localizar y contratar a los autores de otras conocidas consignas de mayo, como “Debajo de los adoquines está la playa”, “Paren el mundo, que me quiero bajar” o "Seamos realistas, demandemos lo imposible"; pero el objetivo principal y declarado era hacerse con el autor de “Prohibido prohibir”.

El asunto no parece que llegara a buen fin, no porque el ingenioso autor del lema no hiciera acto de presencia,

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
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sino porque al contrario, fueron muchos, demasiados para su credibilidad, los que reclamaron su autoría a la vista de la chequera, sin poder aportar más pruebas de ello que sus enfervorizadas afirmaciones.

 

Resulta irrelevante que la anécdota sea real o no. En primer lugar, porque como dicen con histórica sapiencia los italianos, “se non è vero, è ben trovato”. En segundo lugar, por una razón que quizá sea menos ingeniosa que la italiana pero que resulta sin duda más potente: las agencias de publicidad y todo el sistema político-económico que estaba tras ellas acabaron triunfando en sus pretensiones donde sus cazadores de talento habían fracasado: como no pudieron comprar al autor de la frase, acabaron comprando la frase en sí y todo su significado. Y desde entonces suyos son la una y, sobre todo, lo otro.

Conviene en este punto recordar brevemente que el 68 fue mucho más que París. Fue México y la matanza de la Plaza de las Tres Culturas. Fue la Primavera de Praga. Fue el multiactivismo estadounidense contra la guerra de Vietnam y por los derechos civiles. Fue el asesinato de Martin Luther King y los puños y las boinas del Black Power en el podio olímpico de México.

Y fue, no se puede dejar de lado porque ocupa un importante lugar en el sustrato de todo ello, la Revolución Cultural China que se había iniciado dos años antes: “Permitir que 100 flores florezcan y que cien escuelas de pensamiento compitan es la política de promover el progreso en las artes y de las ciencias..."

 

Fue sobre todo la revolución de las flores, de la libertad sexual y de la emancipación de la mujer, auspiciada por la generalización 

Nuevos modelos de comportamiento (y III): El fin y el principio de la historia. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez
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del uso de anticonceptivos. Si nos fijamos atentamente, de toda esta enumeración de hechos y planteamientos que recorrieron y transformaron el mundo, la huella más profunda y duradera corresponde a los últimos: tras Vietnam, las sociedades miraron las guerras con otros ojos. Y deshecho el vínculo hasta entonces irremediable e ineludible entre el coito y la procreación, desligado ya para siempre el placer de la maternidad, las mujeres pudieron encontrarse consigo mismas y con sus parejas en plano de igualdad por vez primera en la historia de la humanidad.

 

Pintaba bien, ¿no? En los años setenta, al menos lo parecía. Con el progreso material y el cultural razonablemente encarrilados, las perspectivas de futuro eran halagüeñas para la inmensa mayoría de la población occidental, cada vez más cerca de 

cumplir el lema revolucionario francés. Incluso las conversaciones entre las superpotencias para el control de las armas nucleares amplificaban las esperanzas de un futuro desarme. Paz y racionalidad  para el progreso configuraban una visión del mundo completamente opuesta a la que había predominado en la primera mitad de siglo. Y sin embargo…

El desarrollo tecnológico una vez más provoca otro gigantesco bandazo a la visión optimista del mundo, poniendo de manifiesto que ya no es sólo la economía la infraestructura determinante en última instancia: comienza a serlo también la tecnología.

 

El 23 de marzo de 1983 el Presidente de los EE.UU, Ronald Reagan, propone la Iniciativa de Defensa Estratégica,

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popularmente conocida como Guerra de las Galaxias, para utilizar sistemas basados en tierra y en el espacio con objeto de blindar el territorio de EE.UU. contra un ataque nuclear con misiles balísticos intercontinentales. Se trataba, en definitiva, de acabar con el concepto de Destrucción Mutua Asegurada, garantizando la supremacía del país americano tras una contienda nuclear.

 

Para la Unión Soviética fue el principio del fin. La plasmación de la manera más directa de algo que jamás habían entendido cómo podía ser. Para los estadounidenses, fabricar un avión cazabombardero generaba tecnología, proporcionaba superioridad militar y era un buen negocio. Para los soviéticos, fabricar un aparato semejante significaba dejar de producir 600 tractores, lo que resultaba ser una pésima operación industrial.

Sencillamente, así no se podía competir. Ni tecnológica ni económicamente, la URSS podía permitirse participar en la Guerra de las Galaxias. Así que entre estertores la Unión Soviética implosionó.

El 9 de noviembre de 1989 cae el Muro de Berlín y los ciudadanos de las dos Alemanias se abrazan después de casi treinta años de separación. Y en diciembre de 1991 la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas se disolvió, dando paso, en palabras de Francis Fukuyama en 1992, al fin de la Historia. El fin de la Historia describe el fin de la lucha ideológica que ha caracterizado el periodo contemporáneo de la historia: tras el fracaso soviético, las ideologías resultan innecesarias y lo único que resta es la realidad económica plasmada en la democracia liberal.

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La filosofía y el arte habían anticipado esta situación. El pensamiento débil (1983) es un concepto acuñado por el filósofo italiano Gianni Vattimo que niega rigor al conocimiento, virtud ética a las actuaciones y vanguardismo al arte. Sostiene que todo es opinable desde una perspectiva multicultural. Y aún antes, la muerte del arte (1981) decretada por Arthur C. Danto niega a la obra de arte la capacidad de serlo por sí misma, afirmando que lo es sólo en tanto que se encuadra en un mundo artístico sociológicamente autorreferencial. Mundo que, por otra parte, muere de éxito habiendo realizado todas sus posibilidades y cumplido sus expectativas.

 

Ya no hay referentes claros, los valores que sustentaban la razón de ser se han debilitado cuando no han periclitado y las estructuras mentales están completamente flexibilizadas. 

¿Nos vamos a extrañar entonces de que un preadolescente dé de lado a Thor en beneficio de Loki? A mí ya no me extraña nada. Y tampoco me extrañará que en breve ese preadolescente se convierta en un adulto joven que acepte implantarse un chip que sustituya, ventajosamente en su opinión (y por supuesto en la del gobierno y los bancos) al teléfono móvil. La regresión del ciudadano al súbdito, joder con la tecnología.

Una última apreciación sobre el tema de fondo, no por ello menos importante. El lector atento habrá observado que todo lo hablado hasta ahora se circunscribe a la cultura occidental, con lo que se me podría acusar de incurrir en el abominable sesgo cultural eurocéntrico. Nada más lejos de mi intención, ello es debido a razones de espacio y de tiempo. De tiempo futuro inmediato, al final del cual está China. Pero esa es otra historia.

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