La discapacidad intelectual acarrea sobreriesgo de problemas de salud mental
- Centro de Psicología Maribel Gámez

- hace 1 día
- 4 Min. de lectura

Por su interés, sintetizamos el artículo ‘Los problemas de salud mental de las personas con discapacidad intelectual, en la mayoría de los casos, comienzan en la adolescencia’ publicado el pasado 3 de diciembre, Día Internacional de las Personas con Discapacidad, por el Centro de Ciempozuelos en la web de csjd.es.
Un riesgo elevado y poco visible
Testimonio de “Miguel”, usuario de la unidad de Discapacidad Intelectual del Centro San Juan de Dios (CSJD) de Cienpozuelos (Madrid): «Llevo con depresión desde 1994. Cuando estoy así me gusta aislarme…». Su voz da rostro al problema: muchas personas con discapacidad intelectual (DI) sufren condiciones de salud mental, a menudo durante largos periodos.
Según la psicóloga del centro, Carolina Torruella, las personas con DI tienen un riesgo «significativamente superior» de desarrollar trastornos mentales en comparación con la población general. Las estimaciones sitúan la prevalencia entre un 30% y un 50%. Por su parte, otra profesional del centro, Sara Villar, añade que estas personas tienen entre 2 y 4 veces más probabilidades de sufrir enfermedad mental.

Este exceso de vulnerabilidad se explica por una confluencia de factores —biológicos, cognitivos, comunicativos, ambientales— que no operan de modo aislado, sino que interactúan entre sí, potenciándose.
¿Por qué un riesgo tan elevado? Factores de vulnerabilidad
El artículo señala múltiples razones por las cuales las personas con DI afrontan un riesgo aumentado:
- Dificultades para regular y comunicar emociones. Muchas personas con DI tienen problemas para expresar su malestar interno.
- Exposición a experiencias recurrentes de frustración, estrés y entornos poco adaptados. Esto puede deberse a barreras físicas, sociales, educativas o comunicativas.

- Historia de rechazo social y falta de comprensión, o incluso abuso o negligencia. Estas experiencias, con frecuencia graves, incrementan su vulnerabilidad.
- Comorbilidad de factores: en algunos casos, pueden existir determinantes biológicos o genéticos vinculados a la discapacidad intelectual que también favorecen la aparición de trastornos mentales.
Un punto crítico es que la manifestación de los trastornos mentales puede diferir considerablemente de la población general. Como advierte Alejandra Chanza —enfermera del área de DI del CSJD— muchas veces los jóvenes no pueden verbalizar lo que sienten; por tanto, hay que “leer su conducta”. El diagnóstico, por tanto, puede demorarse, posponerse o incluso nunca producirse.
Este problema de sobreposición —o confusión— entre discapacidad intelectual y enfermedad mental recibe el nombre de “patología dual”. Cuando coexisten ambas condiciones, puede dispararse lo que llaman “enmascaramiento diagnóstico” o “fenómeno eclipse”: los síntomas de uno tapan o confunden los del otro.

Así, el reto no es solo detectar la enfermedad mental, sino discernir qué responde a la discapacidad, qué a la salud mental, qué a dificultades comunicativas, o qué a fallos en el entorno educativo/social.
Adolescencia: un umbral crítico
En la mayoría de los casos, los problemas de salud mental aparecen o se agudizan durante la adolescencia. Este periodo de la vida conlleva cambios fisiológicos, emocionales y sociales que pueden interactuar con las limitaciones derivadas de la DI, generando un escenario de vulnerabilidad elevada. Según el psicólogo del centro, Eduardo Guevara, la adolescencia representa «una fase de elevada complejidad» para la aparición o agravamiento de comorbilidades psiquiátricas y trastornos de conducta.
La energía, la impulsividad y las dificultades en la autorregulación y el autocontrol —comunes en adolescentes— se ven exacerbadas por el déficit estructural en herramientas emocionales, cognitivas y comunicativas. Además, si durante la infancia no se ha desarrollado un entorno de apoyo con un manejo conductual adecuado, los conflictos familiares pueden intensificarse y llegar a consolidarse patrones de conducta desadaptativa.

Otro factor es la ruptura o la imposibilidad de seguir una trayectoria educativa y social equiparable a la de sus pares sin discapacidad. Por ejemplo, muchos no logran progresar más allá del segundo ciclo de Educación Secundaria Obligatoria. Esto incrementa el riesgo de aislamiento social, fragilidad de los vínculos, baja autoestima y sentimiento de diferencia.
En palabras de los profesionales: a los retos propios de la adolescencia se suman las limitaciones derivadas de la discapacidad. El resultado: un “nivel de complejidad significativamente superior al observado en la población general”.
Más allá del diagnóstico: intervenciones desde la dignidad
Cuando se detecta de forma adecuada, el trabajo terapéutico con personas con DI y trastornos mentales ha de estar centrado en la persona, con un enfoque humano, interdisciplinar y adaptado.
El primer paso consiste en una evaluación integral que contemple dimensiones psicológicas, sociales, educativas, funcionales y médicas. A partir de ahí se diseña un Plan Individual de Atención.

Las intervenciones incluyen acompañamiento emocional, psicoterapia adaptada, entrenamiento en habilidades, estrategias de regulación emocional, entornos seguros y estructurados, previsibilidad y rutina.
Un pilar esencial es la alianza terapéutica con la familia. La implicación de los familiares, su formación, su corresponsabilidad, así como visitas o permisos terapéuticos al hogar, son herramientas clave para generalizar los aprendizajes y facilitar la reinserción social y familiar progresiva.
Para los profesionales del CSJD, muchas de estas personas “vienen con una historia, y casi siempre con muchas batallas perdidas”. Pero esa historia no determina su futuro: la rehabilitación y el apoyo pueden ofrecer caminos hacia una vida con sentido, dignidad, pertenencia y bienestar.
Un llamado a la visibilidad y al cuidado

El presente artículo pretende cumplir una función importante: visibilizar una realidad que muchas veces permanece oculta: la de las personas con DI que viven también con una enfermedad mental. Y poner de manifiesto que no se trata únicamente de discapacidad o dependencia, sino de fragilidades emocionales, sociales y existenciales profundísimas.
Que la adolescencia sea un momento de especial riesgo exige una reflexión colectiva: las familias, el sistema educativo, los servicios sociales y sanitarios deben estar preparados para detectar señales, ofrecer apoyo oportuno, adaptado y humano.
También exige reconocer la importancia de la patología dual y desmontar prejuicios: la presencia de DI no excluye la enfermedad mental; al contrario, la incrementa. Ignorar esta realidad —o atribuir todo al retraso intelectual— perpetúa la invisibilidad, la falta de tratamiento y el sufrimiento innecesario.

El modelo de intervención propuesto por el centro —global, personalizado, interdisciplinar, centrado en la persona y su entorno familiar— ofrece una hoja de ruta seria hacia la dignidad, la inclusión, la salud mental y el bienestar.
Si quieres hacer un comentario, recuerda iniciar sesión o registrarte en el recuadro de la esquina superior derecha de la entrada. Nos encantará leerte.
Y si nos das un me gusta haciendo clic en el corazoncito, estaremos más encantados todavía.






El planteamiento teórico está muy bien, pero luego hay que ver si se aplica en la realidad adecuadamente.
A la tía de mi madre la trataron super mal en el Dan juan de dios no sabían tratar a gente así
Gran labor hacen en el Centro de Ciempozuelos. Muy bien traído al blog el reconocimiento.