Una de las arduas pero necesarias tareas que se ha de llevar a cabo durante el proceso que tiene lugar en una terapia de pareja, es la identificación de los esquemas cognitivos de cada uno de los miembros que actúan como barreras a la hora de relacionarse de forma sana.
De acuerdo con Jeffrey Young, los esquemas son creencias fuertemente arraigadas y estables que hacen referencia a lo que pensamos y nos contamos acerca de nosotros mismos y de nuestras relaciones. Funcionan como unas gafas a través de las que interpretamos, organizamos y le damos sentido a nuestra experiencia e interacción con el mundo.
Los esquemas se forman y se desarrollan en la infancia en función de las experiencias que tuvimos con las personas con quienes nos criamos, crecimos y convivimos, permaneciendo con nosotros en la edad adulta y haciéndose presentes en nuestra forma de relacionarnos con nosotros mismos y con los demás. La predisposición a desarrollar o poseer determinados esquemas está condicionada por nuestra historia.
Estos esquemas se pueden volver disfuncionales, sobre todo aquellos que se construyeron sobre la base de necesidades afectivas que no fueron cubiertas o acontecimientos que resultaron traumáticos, distorsionando nuestra forma de percibir e interpretar las experiencias que vivimos con otras personas.
Sabemos que son disfuncionales porque interfieren en las capacidades que hacen que podamos funcionar como pareja: sentirnos seguros, satisfacer nuestras necesidades y satisfacer las necesidades del otro.
Algunos aspectos que caracterizan a los esquemas disfuncionales en la pareja, son entre otros, que se experimentan como si fueran reales, son resistentes al cambio debido a su carácter estable, se mantienen en el tiempo, parecen tener la capacidad de anticipar o predecir el futuro, se activan ante situaciones difíciles o estresantes y traen consigo sentimientos muy dolorosos, difíciles de manejar.
Muchas estrategias de afrontamiento que se ponen en marcha ante el dolor que generan determinados esquemas, se aprendieron durante la infancia y permanecen asociadas a ellos, por lo que respondemos de forma automática cuando se activan sin ser conscientes primero, de que estamos actuando en base a una interpretación que puede que nada que nada tenga que ver con la realidad; y segundo, de que estamos obedeciendo a lo que dicta el temor o el dolor, aumentándolo con cada una de las conductas que llevamos a cabo para evitarlo o controlarlo.
La forma en las que las parejas reaccionan cuando estos esquemas se activan en situaciones de estrés, puede dar lugar precisamente a aquello que más temen, funcionando como profecías autocumplidas. Algunas de las conductas más frecuentes que aparecen cuando se activan los esquemas disfuncionales son: atacar, exigir, rendirse, aferrarse, evitar, distanciarse, castigar, manipular, etc.
Un adulto que vivió de niño una infidelidad de su madre hacia su padre o viceversa como un evento traumático, puede haber desarrollado el esquema “NO SE PUEDE CONFIAR EN LA PAREJA”.
Dicho esquema puede ser activado en situaciones de estrés y hacerle interpretar erróneamente una determinada actitud como una señal de que algo va mal, por ejemplo, de que está ocultando que le gusta otra persona. Estas sospechas pueden generar distancia y malestar en la pareja, llegando a destruir la relación sin que hubiera un problema real relacionado con dichas sospechas.
Comprender lo que es un esquema y saber cuáles son sus características, averiguar su origen y como se desarrolló, identificar las creencias, así como las estrategias de afrontamiento que se activan en su presencia, y sobre todo, la toma de conciencia de cómo nuestra conducta puede generar y mantener dinámicas insanas en la relación, constituye el principio del cambio hacia modelos de funcionamiento más adaptativos que pueden recuperar una relación de pareja.
Por último, es importante destacar que nuestros esquemas vienen con nosotros sin que podamos evitar que aparezcan o se activen en presencia de algunas situaciones.
Sin embargo, lo que sí está bajo nuestro control es la capacidad de identificarlos y actuar de forma beneficiosa en lugar de perjudicial para nuestra relación de pareja. A través del control voluntario de lo que hacemos, el dolor asociado a estas creencias perderá fuerza, permitiendo una experiencia mucho más plena y satisfactoria en nuestra relación con los demás.
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