Continuamos hoy con la Zona Debate del Blog, que pretende abrir análisis y debates sobre temas de interés personal e impacto psicosociológico. Participamos en los mismos Eva Vaillo, filóloga, colaboradora del Blog; Maribel Gámez, psicóloga y psicopedagoga, Directora del Centro de Psicología Aplicada; y quien esto suscribe, Alvaro Sánchez, filósofo y crítico de arte, editor del Blog. La periodicidad que tenemos prevista es mensual y distinguimos la zona mediante una variación en el color de los artículos.
Eva presenta y describe el tema. Maribel realiza el análisis psicológico y yo el social. Pero cualquier otra combinación también es posible, no te sorprendas.
Si en los demás artículos siempre agradecemos la participación de los lectores del Blog, en estos lo haremos muy especialmente porque, como he dicho, pretendemos que sea un espacio de análisis y debate. Hoy el tema que tratamos es propuesta mía: la obra 1984, de Orwell, una de las más conocidas distopías literarias del s. XX. Y la propuesta que traemos, cuarenta años después del momento en que transcurre la acción, es que cada vez tiene menos de distopía.
DE LA “FICCIÓN” AL AULA
Eva Vaillo
El pensar es una forma de resistencia contra la manipulación y el control.
Hannah Arendt
Durante los años 60 un profesor estadounidense puso de manifiesto un experimento de tintes orwellianos en su clase para tratar de responder la pregunta de un alumno. La pregunta que el adolescente hizo fue ¿Cómo pudieron los alemanes seguir a Hitler tan rápidamente?
El experimento agrupó a cada uno de los estudiantes bajo un mismo grupo, con una misma figura docente como autoridad en el aula y con tres únicos lemas como parte de su ideología: La fuerza hace la disciplina, La fuerza hace la acción y La fuerza hace la unidad. Lemas, que los estudiantes repetían de forma incansable durante la semana que duró, en cada sesión con su profesor.
Además, cada vez que los alumnos querían dirigirse a su profesor, debían hacerlo pronunciando la palabra señor seguido del apellido de éste, siendo Señor Jones. Y cada vez que deseaban hacer un comentario en la clase, debían levantar la mano, esperar a que el profesor les diera paso, levantarse de su pupitre y cerciorarse de que su participación no fuese más larga de tres palabras.
A esta situación se le sumaban los siguientes hechos: cada alumno debía vestir una camisa blanca cada día en la escuela para reconocerse como iguales y sentirse parte de un grupo, y al reconocerse como parte de un grupo tenían un saludo especial que incluso el profesor utilizaba con ellos en el instituto. La identidad que el profesor fue forjando en torno al grupo al que reconocieron como La tercera ola llegó a ser muy potente, tanto que algunos alumnos del experimento en el documental Lesson Plan describen que lo que mayormente buscaban como adolescentes era sentirse aceptados por sus compañeros. Algunos compañeros que pensaron diferente a lo que estaba pasando en clase, describen un profundo sentimiento de rechazo, miedo o incluso paranoia.
Este sentimiento de pertenencia unido a su ideología hizo que los estudiantes que conformaron La tercera ola rechazaran a los compañeros que pensaban de manera diferente: no volviéndoles a dirigir la palabra cuando no les devolvían el saludo por los pasillos o incluso a pelearse con ellos cuando abrían debate sobre sus creencias.
Esta situación me hace recordar el Londres sombrío en el que vive Winston Smith, protagonista de la novela que queremos comentar hoy: 1984.
Al igual que los alumnos que pensaron de una manera diferente a los demás durante el experimento, Winston siente por sus vagos recuerdos que la situación a su alrededor no ha tenido que ser siempre como la vive ahora. Que quizás las ideas revolucionarias de Goldstein y que los demás desestiman durante los Dos Minutos de Odio y proclaman como “descabelladas”, encierran algo de verdad para él. Que Oceanía no siempre ha estado sumida en una semipermanente guerra con Eurasia. Que quizá la calidad y variedad de los alimentos fuese diferente, conoció el increíble sabor que tuvo el chocolate, pero ignoraba que hubiesen existido las naranjas y los limones, como dictaba esa canción de antaño que el señor Charrington le había enseñado.
Creía fervientemente en la lógica de ese hilo conductor invisible por el que se tejen las experiencias pasadas y que conforman la historia. Es consciente de que, en el Ministerio de la Verdad, esas experiencias pasadas son transformadas según la situación actual del Partido. Trabaja allí. Y él mismo ha tenido que alterar artículos pasados de periódicos dictando cada palabra por un artilugio tecnológico conocido como “hablaescribe” en neolengua.
La información era modificada para intentar ajustarse al doble pensamiento impuesto por los tres mantras del Partido: La guerra es la paz, La libertad es la esclavitud y La ignorancia es la fuerza. Y cualquier otra manera distinta de conformar la realidad se consideraba inválida y perseguida por la Policía del Pensamiento.
Winston se sentía observado cada día a través de las telepantallas que no podían ser apagadas y que se encontraban en cada uno de los lugares que frecuentaba: desde su propio domicilio hasta el cubículo en su lugar de trabajo. También, al igual que los alumnos que expresaron desacuerdo en la escuela de Estados Unidos, Winston sentía un profundo miedo y paranoia por la inevitable situación futura de las consecuencias que tendría su relación amorosa con Julia o también por aquellos pensamientos escritos y contenidos en su diario propio. Y es que Winston trata de no confiar demasiado en ninguna persona con la que habla, ya que cada ciudadano en Oceanía (incluso los niños) tiene el poder de denunciar a la Policía del Pensamiento a las personas que se descarríen del pensamiento sustentado por los tres lemas anteriormente mencionados del Partido.
Esta situación también la vivieron los alumnos del instituto estadounidense que no estuvieron de acuerdo con el desarrollo del experimento. Cada uno de ellos tenía mucho miedo de lo que les podría llegar a pasar si contaban lo que ocurría en la clase a una persona externa. Pensaban que esa persona se podría poner en contacto con el profesor. Además, el profesor había repartido entre los alumnos unas cartas y aquellos a los que les había tocado la carta con la “X” roja se convirtieron en los informantes especiales del profesor.
Por ello, estos alumnos con ideas diferentes se sintieron en parte, como Winston, profundamente observados por los compañeros que sustentaban este tipo de carta, con un profundo sentimiento de miedo y paranoia. Pero a la misma vez, defendieron las ideas en las que creían e intentaron parar el experimento por medio de la creación de pancartas que colgaron por todo el instituto.
Como podéis llegar a intuir, las preguntas que nos hacemos esta vez son un tanto complejas y abarcan cuestiones como ¿Cómo reacciona la mente a una situación semejante? ¿Cuáles son las consecuencias a nivel psicológico de vivir en una situación similar a 1984? o ¿Es el imaginario que describe Orwell en realidad una situación convertida en realidad?
Pero antes de empezar a responder estas preguntas, vamos a conocer un poco mejor quién era George Orwell. Orwell fue un escritor británico nacido en 1903 en Motihari (India) que se educó en Inglaterra en la actual universidad de Eton. Con solo diecinueve años, fue funcionario de la policía británica en Birmania. Al poco tiempo de estallar la Guerra Civil Española, se marcha para Barcelona y se alista en el Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM) en 1936.
Orwell se identificó en creencias con el socialismo y con la ideología que propuso León Trotsky. También fue durante este tiempo cuando Orwell terminó de escribir El camino de Wigam Pier. Un acontecimiento importante para la posible creación de 1984 y Rebelión en la granja fueron los enfrentamientos entre anarquistas y marxistas y socialistas y comunistas entre el 3 y el 8 de mayo de 1937 conocidos como los hechos de mayo. También hechos personales como su experiencia de vida en Barcelona o la percepción del estalinismo que trotskistas exiliados de la Unión Soviética le hicieron llegar. O incluso otros hechos históricos contextuales como el asesinato de León Trotsky, los bombardeos a la ciudad de Londres por parte de la Alemania nazi durante la II Guera Muncial y la posterior postguerra y reconstrucción de Inglaterra.
BIBLIOGRAFÍA
Vázquez Montalbán, Manuel (1984). 1984. La literatura del miedo.
MECANISMOS MENTALES PARA SOBREVIVIR A UNA DICTADURA
Maribel Gámez
Ser capaz de percibir con precisión la realidad es una habilidad que alimenta la conciencia humana posibilitando, así, encontrar la verdad. Si la verdad resultante es desequilibrada, injusta, unos cuantos querrán cambiarla. Por eso, si algunos privilegiados quieren construir un estado represivo para el ciudadano, para aquellos que no pertenecen a su grupo, es clave pervertirla. Conseguir que la verdad sea inencontrable o si, de alguna manera, alguien es capaz de hallarla, que esta sea irreconocible.
De esta forma, torturando lo que existe para que parezca otra cosa, es más fácil mantener un estado de desigualdad. Una forma de conseguirlo es convencer a los no privilegiados de que una situación que es injusta para ellos se puede calificar como “una buena situación”. Se les pueden dar motivos como que la meta a conseguir en esa situación es un bien social mayor o que se conseguirá alcanzar a largo plazo aunque no lo parezca, su propio bienestar tras años de penurias. La situación es mala pero es buena a la vez. No sé si se entiende. Vamos, que la libertad es la esclavitud, la guerra es la paz y la ignorancia es la fuerza. Como puede verse la primera víctima de intentar ocultar la verdad es la lógica.
De cualquier forma no es fácil convencer a grandes masas de personas de que lo mejor para ellos es vivir en condiciones claramente peores en comparación con otros grupos sociales menos numerosos, que además dictan las normas y que viven en privilegio. Como decía, hay que crear una realidad, una narrativa falsa y sólida que lo justifique.
En cuanto a la habilidad para mostrar, de una manera descarnada, cómo se puede disfrazar la realidad, Orwell es un experto. En la obra 1984 coloca al protagonista frente a múltiples distorsiones de aquello que él reconoce como realidad por parte de un sistema que busca doblegarle y conseguir que sea una pieza a su servicio.
En el proceso tendrá que aceptar muchas cosas: un lenguaje nuevo producto de la mutilación y simplificación del antiguo, este último más rico; asumir con alegría una vida donde sus necesidades básicas no están cubiertas, plagada de normas y castigos, así como limitar sus estados internos, sus pensamientos y emociones, a solo aquellos que están permitidos.
Eliminar todo rastro de realidad externa e interna del individuo que no comulgue con el régimen es la meta. Que la persona consiga negar aquello que siente, que desea, que piensa, para adherirse de manera obediente y disciplinada a una realidad falsa. Lo que describe Orwell es un estado-cárcel donde todo aquello que no está expresamente permitido está prohibido y también castigado gracias a un férreo control de la conducta individual humana. Una prisión íntima y colectiva a la vez.
¿Cómo reacciona la mente a una situación semejante? ¿Cuáles son las consecuencias a nivel psicológico de vivir en una situación similar a 1984?
El primer mecanismo que se enciende en el individuo es el miedo. Recordemos que el miedo es una reacción de protección del organismo frente a una amenaza. En el ambiente que se describe en la obra 1984 el miedo no actúa como un problema psicológico a tratar porque se presente, como a veces ocurre, de manera inadecuada o desproporcionada, sino que es un mecanismo de defensa legítimo que incluye cuerpo y mente al servicio de la supervivencia.
Ya hemos hablado en varias ocasiones en el Blog que este mecanismo de supervivencia prepara al individuo para escapar o luchar físicamente contra una amenaza material. Cuando no se puede hacer ni una cosa ni otra la mente, mantenida en una situación de alerta sin fin para la que no está preparada, intenta sostener el estado de alerta hasta que la situación cese, generando así, en ese intento, más problemas.
El segundo mecanismo es la ansiedad, como no puede ser de otra forma. Preocupaciones repetitivas y recurrentes aparecen en el pensamiento alertando al protagonista de múltiples peligros, anticipándolos. Cuando no hay más que miedo en el pensamiento, el cortisol, la hormona del estrés, mantiene el cuerpo en alerta suspendiendo otros sistemas: disminuyendo la actividad del sistema inmune, el interés sexual, provocando problemas digestivos. Sin sexo, sin gusto por la comida o protección contra las enfermedades es imposible ser feliz. Este resultado deja al individuo es un estado de gran vulnerabilidad. Es el precio por mantener el cuerpo preparado para evitar un castigo inminente sine die. Y esa vulnerabilidad física y psicológica es una condición que facilita al sistema opresor la tarea de convencer al individuo de cualquier cosa.
Como resultado de esta situación prolongada de ansiedad muchos pueden caer en depresión. Este problema se caracteriza por una enorme desesperanza hacia el futuro y una falta de interés por todo lo que le rodea. Sentimientos de culpa e ideas de muerte se suman a la manera de enfrentarse al día a día. No merece la pena vivir, no así, en un estado de agotamiento desgarrador.
Winston, el protagonista, muestra síntomas de ambos problemas psicológicos. Su mente y su cuerpo aún no se han vencido del todo pero están a punto. La depresión le acecha, le pide abandonar, dejarse llevar por su característica negrura. También le pide morir para acabar con el dolor.
Sin embargo, aparece Julia. La depresión desaparece, el miedo a perder lo que están construyendo se suma al miedo a otros castigos posibles, pero merece la pena sufrirlo por arañar momentos de felicidad. Hasta que toda la violencia del sistema les infringe y les propina el castigo más duro posible para ambos, después de que les descubren en aquel pequeño cuarto que creían protector.
¿Qué quiere realmente el sistema del protagonista? ¿Tenerle en un estado de ansiedad y depresión? No. En 1984 se describe un régimen cuyo objetivo, el de los privilegiados que detentan el poder, es reconvertir a los individuos, no hacer que se maten ni matarlos, para que sirvan al régimen de manera obediente y satisfactoria, como un engranaje más. Que sientan devoción por algo que les destruye y así servirle bien. Para ello, el poder busca que establezca nuevas relaciones aberrantes entre sí, que consigan que él ame aquello que le destroza. Es ahí, en ese proceso de reconversión, cuando comienza la escisión, ruptura o alejamiento psicológico de la realidad para poder sobrevivir.
Si para seguir vivo hay que adherirse a un estado brutalmente maltratador no queda otra opción para conseguirlo que alienarse, dejar de ser uno mismo para convertirse en lo que los otros quieren que uno sea. Casi de lo último de lo que se puede despojar a un ser humano es de su identidad: de su memoria, su percepción del yo, de su conciencia. Lo último es de la dignidad, que se doblega sola cuando uno no se reconoce a sí mismo y, por lo tanto, no sabe ya por lo que debe luchar para defender lo que considera valioso: sus ideas, sus principios.
Cuidado, lector sensible, el final de 1984 es absolutamente devastador. El estado finalmente consigue lo que quiere: reconvertirle a través del castigo de tal manera que ya Winston resulta irreconocible. Ama al régimen, ama a aquello que le ha destruido, sus emociones han sido recondicionadas y él totalmente alienado.
Si nos fijamos, es el mismo proceso de alienación del que hablábamos en el Debate sobre la película 'La vida es bella'. Esta muestra como la represión directa y violenta no es la única forma de alienar a alguien. Justamente, en 'La vida es bella' vemos como un padre aliena a su hijo intentado evitarle el sufrimiento de una forma divertida. De hecho, es tan lúdica esa alienación que muchas personas que ven la película no la detectan. Se puede disfrazar la realidad a través de distracciones, juegos, temas lúdicos. Y puede funcionar. Son dos formas de destruir la capacidad de percibir la realidad y, por lo tanto de reconocer la verdad, de un individuo, de una sociedad.
Hablando de distractores, si nos fijamos en nuestra sociedad ahora está llena de ellos. Un ejemplo claro es la enorme proliferación de plataformas que se dedican a ofrecer películas y series como manera de ocupar el tiempo libre de la gente. Solo Netflix tiene casi 10 millones de suscriptores en España. Y solo es una plataforma de muchas que ofertan lo mismo.
Esta actividad se ha convertido en un ocio generalizado. Si nos fijamos en la gran mayoría de sus contenidos algo se repite: tanto la fidelidad a la realidad como las leyes de la lógica son inexistentes. Por eso, este tipo de entretenimiento se ha convertido en un visionado de experiencias fantásticas, parecidas a los cuentos infantiles pero realizadas con mucho presupuesto.
Este tipo de ocio distractor ha adoptado otra forma en los restaurantes de temática relacionada con series y películas que intentar volver a generar en aquel que los visita las mismas emociones que experimenta cuando las ve: una agradable sensación de vivir en una realidad paralela cómoda y excitante que nada tiene que ver con la real. A esto se le suma que muchos bares y restaurantes, lugares de ocio por excelencia, suelen poner música a un volumen que imposibilita la comunicación con los demás. Y cuando las conversaciones afloran giran en torno a las series o películas vistas. Como el ocio se ha convertido en un elemento que tiene como finalidad distraer de la realidad poco o ningún tiempo queda para su análisis. Aquel análisis que sí era capaz de llevar a cabo Winston al principio de la novela y que le presenta como una persona torturadamente lúcida.
Cuanto menos tiempo se dedica a reflexionar con uno mismo y con los demás sobre lo que ocurre, menos elementos tendremos para poder darnos cuenta de que estamos en una realidad falsa. Más costará identificar que el malestar que nos mueve constantemente a distraernos de la realidad puede deberse a que algunos quieren que veamos la realidad de una manera determinada, disfrazada y desequilibrada.
Pero, acabemos con esperanza. Afortunadamente la realidad es tozuda y siempre está presente aunque la ignoremos, dando toques de atención con el fin de que la hagamos caso y atemos cabos.
Estate atento.
1984: IMAGINARIO CONVERTIDO EN REALIDAD
Alvaro Sánchez
—No sé qué es lo que quiere decir con eso de la "gloria" —observó Alicia.
Humpty Dumpty sonrió despectivamente.
—Pues claro que no... y no lo sabrás hasta que te lo diga yo. Quiere decir que "ahí te he dado con un argumento que te ha dejado bien aplastada".
—Pero "gloria" no significa "un argumento que deja bien aplastado" —objetó Alicia.
—Cuando yo uso una palabra —insistió Humpty Dumpty con un tono de voz más bien desdeñoso— quiere decir lo que yo quiero que diga..., ni más ni menos.
—La cuestión —insistió Alicia— es si se puede hacer que las palabras signifiquen tantas cosas diferentes.
—La cuestión —zanjó Humpty Dumpty— es saber quién es el que manda..., eso es todo.
A través del espejo y lo que Alicia encontró allí. Lewis Carroll, 1871
Pertenezco a una tradición humanística vinculada a las ciencias de la salud y a la política que arranca de Hipócrates y de Epicuro, es decir, del materialismo antiguo que tan bien describió Karl Marx en su tesis doctoral. Y, sobre todo, que se incardina en el materialismo analítico moderno que se inicia con Maquiavelo, se desarrolla con Spinoza y alcanza en el autor de El Capital altas cotas de desarrollo en lo que se refiere a la teoría del conocimiento. No puedo, y además estoy convencido de que no debo, evitar estar condicionado por todo ello en lo relacionado con mis aportaciones a éste y en forma de otros artículos que firmo en el Blog.
Pero es en un aspecto concreto bien desarrollado por Spinoza sobre el que pretendo llamar la atención en este texto que aporto hoy al trabajo colectivo de la Zona Debate del Blog. Porque su actualidad respecto a la obra que aquí estamos analizando, 1984, es, en mi opinión, total. Me refiero a su análisis sobre la capacidad de convertirse en realidad de determinadas formulaciones verbales sin, en principio, basamento material. Es decir, lo que se conoce como imaginarios. Veamos algún ejemplo histórico.
“Penetrará usted en el continente europeo y, junto con los demás países aliados, dará comienzo a las operaciones dirigidas contra el corazón de Alemania, teniendo como
objetivo la destrucción del ejército alemán.”
Estas fueron las instrucciones que recibió el general estadounidense Dwight D. Eisenhower de los jefes aliados, los presidentes estadounidense Roosevelt y soviético Stalin, y el primer ministro británico Churchill, en 1943, cuando fue nombrado comandante en jefe de las tropas aliadas destinadas a abrir un segundo frente en la Europa dominada por la Alemania nazi, a la que hasta ese momento, sólo hacía frente en territorio europeo la Unión Soviética.
En 1943 destruir desde el oeste al ejército alemán y penetrar hasta el corazón de Alemania era un imaginario inimaginable, valga el oxímoron; vamos, que casi nadie lo veía posible. Sin embargo, quienes sostenían, sobre todo en Estados Unidos, que la guerra era una cuestión industrial y ninguna otra cosa importaba demasiado, tuvieron razón.
Un año más tarde un imponente ejército aliado invadía desde Gran Bretaña a través de la costa francesa la Europa ocupada por los alemanes, liberaba Francia y los Países Bajos, y poco más tarde entraba en Alemania, donde confluía con un Ejército soviético todavía más imponente que llegaba desde el este. Aunque conviene señalar que los alemanes, tras las atrocidades que habían cometido en la URRS y los países del este, facilitaron el paso a estadounidenses y británicos suponiendo que les tendrían menos odio y reservando sus ya escasas fuerzas en el frente del este, lo que de poco les sirvió, capitulando en mayo de 1945 tras la entrada en Berlín de los soviéticos. El resto es historia.
El imaginario se había convertido en realidad. Los hechos, dominados por otros hechos y no por las palabras, que aquí está la clave material del asunto, reconfiguraron la realidad hacia una nueva realidad. La potencia industrial de los EEUU y la URSS, materializada en armas, medios y soldados bien pertrechados, guiados por una potente y decida dirección, transformó el estado de cosas, la misma realidad, en otra más acorde con los intereses de las potencias aliadas y, en este caso histórico al menos, con los intereses de la humanidad. Acabar con los fascismos era un imperativo moral y material.
Que de ese necesario fin se libraran los latinos, las dictaduras fascistas de España, Portugal y Argentina es una lamentable nota a pie de página de los libros de historia que bien hemos pagado sus nacionales.
El mundo que describe Orwell en 1984 es un imaginario convertido en realidad. Es la materialización de la aberrante fusión de dos regímenes dictatoriales, el nazismo alemán y el socialismo realmente existente de la URSS.
Lo que arroja como resultado una sociedad supremacista y jerarquizada en la que se ha abolido en buena medida la propiedad privada de los medios de financiación, producción y comercialización, aunque con una buena dosis de mercado negro tolerado por el régimen; por otra parte inmersa en una continua y desquiciada guerra a escala planetaria. Es especialmente interesante resaltar la importancia de estos aspectos: coexistencia del igualitarismo socialista soviético junto con el supremacismo nazi.
Pero ¿existe realmente en 1984 esa guerra fluida que ha enfrentado siempre a Oceanía con Eurasia? ¿Han sido siempre aliados Oceanía y Asia Oriental?
No hay instrumento mejor para convertir imaginarios en realidad que reescribir el pasado. Winston Smith sabía que cuatro años antes del momento de la narración, Oceanía había estado aliada con Eurasia y en guerra con Asia Oriental. Y lo sabía porque su trabajo en el Ministerio de la Verdad consistía precisamente en modificar las noticias de los periódicos anteriores para que se ajustaran a la verdad del presente: Oceanía nunca ha sido aliada de Eurasia sino que siempre ha estado en guerra con ella. Sin embargo el conocimiento de que eso no siempre ha sido así ha quedado relegado en exclusiva a la memoria de Winston y de otros colegas que realizan su mismo trabajo, hasta que sea extirpado de la misma y sepultado para siempre.
Se requiere de una capacidad de alienación considerable para vivir así, se requiere de un doblepensar que establezca de manera inequívoca que la relación entre los conceptos nunca y siempre es fluida e intercambiable: siempre ha sido así significa que nunca ha sido así… y viceversa. O no, lo que parece una estrambótica aplicación de la dialéctica marxista tesis – antítesis – síntesis, expresada en palabras del Gran Hermano:
LA GUERRA ES LA PAZ
LA LIBERTAD ES LA ESCLAVITUD
LA IGNORANCIA ES LA FUERZA
La guerra se vive en las pantallas públicas, en las noticias que describen combates siempre victoriosos que el Partido… sí, el Partido por antonomasia, suministra como semillas de odio colectivo. Y en las pantallas privadas que carecen de mandos y se encienden y se apagan a voluntad del emisor. Pero también en lejanas explosiones y edificios, incluso en barrios enteros, derruidos, aunque siempre en zonas proletarias. ¿Es realmente el enemigo exterior, Eurasia, quien bombardea y destruye los barrios proletarios? ¿Es un enemigo interior? ¿O acaso es lo innombrable, incluso lo inconcebible? Porque si hay guerra no hay guerra, si hay enemigo no hay enemigo o el enemigo somos nosotros… Esta es la esencia del doblepensar. Que es posible y se mantiene por el absoluto control que sobre la información ejerce el Gran Hermano, el Poder.
De la misma manera que si no existe la propiedad privada de los medios de financiación, producción y comercialización, existe la propiedad privada de los medios de financiación, producción y comercialización. Nadie se enriquece, pero alguien se enriquece, pese a los inmensos almacenes vacíos de todo excepto de un solo producto que nadie necesita ni quiere, pero que todos tienen que adquirir porque hay demasiado.
Lo que sí existe con absoluta certeza es la jerarquía y la Policía del Pensamiento. El Poder que tiene la capacidad de penetrar tus más íntimos secretos, el Gran Hermano que te vigila y lo sabe todo sobre ti. En esto, por el contrario, no hay doblepensar, sino que hay certeza monolítica.
Si leemos los titulares de algunas, quizá las más importantes noticias de los diarios de estos días, nos podemos encontrar con menciones explícitas a personajes y situaciones de la obra de Orwell y con parafraseos, eso sí, casi literales, de sus textos que nos resultan muy inquietantes. Por ejemplo, la noticia aparecida en el diario digital VozPópuli el pasado miércoles 4, firmada por Marcos Sierra, con el título El 'Gran Hermano' de datos turísticos de Marlaska pone en pie de guerra a las agencias de viajes, sobre la inminente entrada en vigor, el próximo 1 de octubre, del Real Decreto 933/2021, de 26 de octubre, por el que se establecen las obligaciones de registro documental e información de las personas físicas o jurídicas que ejercen actividades de hospedaje y alquiler de vehículos a motor. Lo que quiere decir, en román paladino, que las agencias de viajes, las webs de pisos turísticos y las agencias de alquiler de vehículos, entre otros agentes económicos, estarán obligados a comunicar al Ministerio del Interior las contrataciones realizadas por sus clientes con todo lujo de detalles de datos personales, estancias, desplazamientos, etc., tanto por motivos de trabajo como de vacaciones. Todo ello, naturalmente, para garantizar la paz y la libertad de los ciudadanos. El control es libertad.
Y no, esto no es un imaginario orwelliano descrito en un capítulo de 1984, sino que es su materialización práctica aquí y ahora, en España en 2024: el imaginario convertido, una vez más, en realidad. Pero ahora, el peor posible, nueva muestra de una política que nos va alejando poco a poco de la condición de ciudadanos libres y autónomos. Y atención, que el futuro es China y el control absoluto de la población en el marco del capitalismo monopolista de estado.
Pero, ¿acaso hemos sido verdaderamente libres y autónomos alguna vez? Quizá haya sido un espejismo…
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Muy interesante el planteamiento de que el futuro es China y el capitalismo monopolista de estado. Pero, ¿están los ciudadanos occidentales tan desprovistos de autoestima y dignidad como lo están los chinos? Porque ver a los chinos enorgullecerse de sus altas puntuaciones sociales en un ejercicio de servilismo es aterrador, si es el futuro que nos espera.
Sobrevivir a una dictadura, sí, pero ¿cuánto te dejas por el camino?
Es verdad que la literatura distópica tiene un antes y un después de Orwell y 1984, porque se han venido abajo las falsas esperanzas generadas por los totalitarismos, que se presentaron como salvadores de la humanidad cuando realmente lo que eran es sus sepultureros, sobre todo los fascismos.
Vaya artículo impactante, estoy muy impresionada.
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