En la actualidad existe un debate abierto sobre el papel que desempeña la pornografía en las actitudes y comportamientos sexuales, con especial preocupación sobre su inevitable componente formativo (o deformativo) en los jóvenes.
Parece razonable pensar que para poder emitir opiniones ponderadas al respecto convenga contar con estudios e investigaciones recientes que describan fehacientemente hechos y correlaciones estadísticas en relación al impacto que el uso de pornografía ocasiona en las prácticas sexuales de las personas.
Y en este sentido hay que destacar los resultados obtenidos por la potente investigación realizada entre 2015 y 2017 por los psicólogos sociales Nicolas Sommet (Universidad de Lausana) y Jacques Berent (Universidad de Ginebra), ‘Uso del porno y actuación sexual de hombres y mujeres: evidencia de una gran muestra longitudinal’, publicada online el pasado febrero por Cambridge University Press.
El objetivo del estudio era examinar si el uso de pornografía provoca reacciones diferentes entre hombres y mujeres jóvenes, atendiendo a tres aspectos de su rendimiento sexual: autocompetencia sexual, funcionamiento sexual y satisfacción sexual informada por la pareja.
Los datos para la investigación se tomaron en tres oleadas, en 2015, 2016 y 2017 respectivamente, sobre un total de 171.462 participantes, incluidas 4.304 parejas heterosexuales. Todos mayores de 18 años, con una edad media de aproximadamente veintiún años y medio. El número de participantes que coincidieron en las tres oleadas ascendió a 21.898, de los cuales un 52,11% eran hombres y un 47,89% mujeres. Todos los participantes eran residentes en cinco países francófonos: Francia, Bélgica, Suiza, Luxemburgo y Canadá.
Por estudios anteriores se sabe que los hombres y las mujeres jóvenes difieren en sus hábitos de consumo de pornografía. Los hombres empiezan a hacerlo a una edad más temprana que las mujeres, ven porno con más frecuencia que las mujeres y prefieren los vídeos hardcore sobre los softcore.
En cuanto al rendimiento sexual puede estudiarse a partir de diferentes conceptualizaciones y operacionalizaciones, según la perspectiva que se adopte. En la investigación de Sommet y Berent se distingue entre tres resultados del rendimiento sexual:
La autocompetencia sexual se define como la sensación de ser sexualmente capaz. El funcionamiento sexual como el grado de deseo, excitación, erección o lubricación, orgasmo y satisfacción durante las actividades sexuales. Y, finalmente, la satisfacción sexual de la pareja como la calidad del intercambio o experiencia sexual, y podría decirse que ésta es la medida menos sesgada del rendimiento sexual, ya que depende de la opinión del otro miembro de la pareja.
Los resultados de la investigación produjeron dos conjuntos sólidos de correlaciones, diferentes para los hombres y para las mujeres.
En el caso de los hombres, el consumo de porno se asoció con un menor rendimiento sexual: menor autocompetencia sexual, peor funcionamiento sexual y menor satisfacción sexual declarada por la pareja, mientras que en el caso de las mujeres, el consumo de porno se asoció con un mayor rendimiento sexual: mayor autocompetencia sexual, mejor funcionamiento sexual y mayor satisfacción sexual declarada por la pareja; esto último, no en todos los aspectos, aunque sí en la mayoría.
Estos dos conjuntos de resultados pueden interpretarse a la luz de la literatura sobre el tema existente hasta la fecha. Por un lado, el estado de la cuestión revela que la pornografía puede ser una fuente de inspiración sexual que refuerza la permisividad sexual y amplía la gama de prácticas y comportamientos sexuales. Por otro, que el porno también puede ser una fuente de comparaciones sexuales amenazantes, especialmente para los hombres.
Estas diferencias entre los sexos son consistentes con los resultados de la investigación de Sommet y Berent: entre los hombres jóvenes, la naturaleza potencialmente inspiradora del porno podría verse superada por su naturaleza amenazante.
Así, el consumo de porno parece contribuir a las dudas de los hombres sobre su competencia sexual, al deterioro de su funcionamiento sexual y, en las parejas heterosexuales, a la satisfacción declarada por su pareja.
En cambio, entre las mujeres jóvenes, la naturaleza potencialmente inspiradora del porno podría superar su carácter amenazante: el consumo de porno parece contribuir a la sensación de competencia sexual de las mujeres, a la mejora de su funcionamiento sexual y, en las parejas heterosexuales, a algunos aspectos de la satisfacción declarada por su pareja.
Por ejemplo, mientras que a los hombres el tamaño del pene de los protagonistas masculinos de las películas pornográficas o sus prolongadas erecciones puede generarles inseguridades, a las mujeres el de los senos de las protagonistas femeninas o su concatenación de numerosos orgasmos no parece inquietarlas.
Los autores recalcan que sus hallazgos revelan la ironía de que el porno, al que se considera una industria dominada por los hombres que se dirige a un público mayoritariamente masculino, está claramente asociado con la erosión de la calidad de su vida sexual, mientras que, en cambio, mejora la vida sexual de las mujeres.
Se puede leer el estudio original completo, ‘Porn use and men's and women's sexual performance: evidence from a large longitudinal sample’, en https://www.cambridge.org/core/journals/psychological-medicine/article/porn-use-and-mens-and-womens-sexual-performance-evidence-from-a-large-longitudinal-sample/665B68D9E195A19B5825F9411B059927