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ALIENACIÓN: DE MARX A CHAT GPT Y GEMINI

  • Foto del escritor: Alvaro Sánchez
    Alvaro Sánchez
  • hace 17 minutos
  • 10 Min. de lectura

No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia.

 

Karl Marx: Contribución a la crítica de la economía política, 1859.



Alienación: de Marx a ChatGPT y Gemini. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez

Con mucha frecuencia, cada vez que estoy trabajando en un artículo me viene a la cabeza una cita de Karl Marx como manera óptima de iniciar una reflexión sobre el asunto en cuestión. No porque sea marxista (aunque sí lo fui, hace ya muchos años, y sigo compartiendo con el filósofo alemán una visión materialista de la realidad), sino porque es un autor especialmente omnicomprensivo.

 

Aunque se consideraba esencialmente a sí mismo un crítico de la economía política, lo cierto es que su obra comprende tal vastedad de temas que bien podía haber hecho propia la frase de Terencio Nada humano me es ajeno. Y ciertamente, en 1850 sus hijas Laura y Jenny le propusieron participar en un popular juego victoriano, El cuestionario Proust, que consistía en responder unas cuestiones entre las que se encontraba ¿Cuál es tu máxima? La respuesta fue, efectivamente, Nada humano me es ajeno.


Una máxima que condensa todo un tratado sobre ética y sociología.


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Desde la filosofía hasta el activismo político, desde la economía hasta el periodismo, desde la historia hasta el lenguaje, prácticamente todas las actividades humanas fueron minuciosa y rigurosamente analizadas por Marx desde una óptica materialista que entiende al ser humano como ser esencialmente social vinculado a la naturaleza de la que la humanidad forma parte indisoluble. Es decir, se es junto con otros seres humanos o no se es humano.

 

Esto es con precisión lo que significa sustancialmente la cita que encabeza estas líneas: No es la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino, por el contrario, es su existencia social lo que determina su conciencia. Y su existencia social transcurre como elemento de un grupo que manipula la naturaleza en beneficio propio, en procura de sustento. El primer imperativo de la vida es “¡Sobrevive, mantente con salud física y mental!” Primero mediante la caza y la recolección, después con la agricultura y la ganadería, con la minería, con la artesanía, con el comercio, con la industria, con la tecnología…


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Se trata de un proceso de cientos de miles de años en el que a medida que las condiciones materiales en las que se movía el ser humano mejoraban según se implementaban más eficaces medios de producción de bienes, paradójicamente, más alejados resultaban estos bienes de sus productores. Es lo que Marx denominó alienación. Pongamos un ejemplo para verlo mejor.

 

El artesano que fabricaba una silla elegía la madera, la cortaba dando la forma adecuada a cada una de sus piezas componentes y las ensamblaba, ofreciendo un producto final acabado del que había tenido el control total del proceso. En su mente estaba formada una imagen procedente de experiencias anteriores que, merced a sus conocimientos y destreza,  había materializado por completo y estaba en condiciones de ofrecer en el mercado a los posibles compradores. Ese control de todo el proceso es lo que establece la cercanía, la sintonía,  entre el productor y lo producido.


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Sin embargo, la producción industrial cambia por completo el proceso. Ya no tenemos un artesano fabricando por completo una silla, sino a varios, incluso muchos, obreros, fabricando a la vez muchas sillas, especializados cada uno de ellos en una parte o una pieza de la silla: uno hace las patas, otro el asiento, otro el respaldo y otro más ensambla  los componentes. Ninguno de ellos es responsable del producto final ni tiene más control que el de una pequeña parte del proceso. Sus habilidades y destrezas son limitadas y, lo peor de todo, es que su trabajo no requiere la previa forma mental de la silla que tenía el artesano y la adecuación a la misma del resultado final, sino una visión parcial, fragmentada e incompleta, muy alejada del resultado final, que por otro lado resulta paradójico en más de un sentido.

 

Esa distancia entre el obrero y la silla, entre el productor parcial y el objeto producido, es lo que Marx denominó alienación del productor. Especialmente agravada además porque la simplicidad de la intervención parcial del productor en el proceso le hacía fácilmente sustituible por cualquier otro sin gran experiencia ni formación. El artesano era mucho más difícil de sustituir que el obrero de una cadena de montaje.


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Alienación y fragilidad. Tal y como define la alienación el Marxist Internet Archive: “El proceso por el cual las personas se vuelven ajenas al mundo en el que viven.”


Sin embargo, la paradoja a la que antes hacía referencia queda ya apuntada: el proceso artesanal produce pocas unidades; el industrial, muchas y muy rápidamente. La consecuencia es obvia. El producto se abarata considerablemente y tanto más cuanto más se industrializa y desmenuza el proceso. Y, atención, esto pasa con todos los procesos y con todos los productos. El mercado se inunda de objetos a los que todos pueden acceder con facilidad. La vida se hace más fácil a la vez que las personas se alienan y fragilizan mentalmente, por más que su salud física pueda mejorar sensiblemente según mejoran las condiciones de vida. A la vez viven en el mundo y son al menos parcialmente ajenas al mismo. Se benefician en buena medida, pero no lo entienden. Alienados, frágiles y vulnerables, seguimos añadiendo notas.


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Hasta aquí Karl Marx. A partir de aquí, el s. XXI.  Yo no sé cuántos de los lectores, por edad, estarán en condiciones de recordar lo que ocurrió en el mundo al finalizar el día 31 de diciembre de 1999. Primero la isla de Navidad, en el archipiélago Kiribati; después, a medida que la línea del amanecer se desplazaba hacia el oeste, Samoa, Tonga, Nueva Zelanda, Australia y el resto del mundo recibían con la mayor explosión de fuegos artificiales de la historia un nuevo milenio, el tercero según el calendario más extendido. Las celebraciones universales fueron retransmitidas y compartidas por miles de millones de personas que se sentían parte de la historia por vivir un momento tan especial, algo que sólo se da una vez cada mil años.

 

Sólo había un  pequeño problema, pero nadie pareció darse cuenta: sencillamente era mentira que hubiera comenzado en ese momento el tercer milenio. Lo que había comenzado exactamente era el último año del segundo milenio. Pero, claro, pudiendo vivir en una ilusión, ¿quién va a querer vivir en la realidad?


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Simplemente, se necesitaba tener unos mínimos conocimientos de Historia y de Matemáticas. De hecho, estoy absolutamente seguro de que algunas de las personas con las que yo polemicé al respecto en esos momentos los tenían, pero decidieron ignorarlos. El calendario gregoriano por el que nos regimos en Occidente (y actualmente en la mayor parte del mundo) desde 1582 no tiene año cero. Por lo que las décadas terminan en el años diez, los siglos en el año cien y los milenios en el año mil correspondiente, así como comienzan en el año uno correspondiente. La década de 1990 comenzó el 1 de enero de 1991 y terminó el 31 de diciembre del año 2000. De la misma manera, el s. XX comenzó el 1 de enero de 1901 y terminó el 31 de diciembre del año 2000. Y el segundo milenio comenzó el 1 de enero de 1001 y terminó el 31 de diciembre del año 2000.

 

No el 31 de diciembre del año 1999. En esa fecha todavía faltaba un año para finalizar el milenio. Pero el mundo lo celebró como si tal. Miles de millones de personas ignoraron la realidad, unos consciente y otros inconscientemente. Los segundos, la mayoría, estaban alienados. Desconocían la realidad, totalmente alejados de ella. Por supuesto, también hubo intereses económicos por parte de una minoría, pero ese es otro asunto.


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 ¿Resultó grave la mistificación, para la sociedad o para los individuos afectados? A la corta, no; a la larga y en combinación con otros aspectos alienantes, mucho. Muy grave, de hecho. Porque desde entonces las mistificaciones han resultado cada vez más condicionantes del pensamiento y en muchas ocasiones de las actuaciones de numerosas personas.

 

Así ocurre en el ámbito del lenguaje. El lenguaje es un hecho fisiológico y social. La fisiología lo posibilita, pero lo que determina su sentido en la necesidad de comunicar información compleja con otros seres humanos. A su vez, el lenguaje es generador del pensamiento. Al revés de lo que se suele creer, hay lenguaje sin pensamiento estructurado, pero no hay pensamiento estructurado sin  lenguaje. Aun así, la relación entre el lenguaje y el pensamiento es de reciprocidad interactiva, el ejercicio de uno potencia al otro. Si una persona maneja habitualmente un lenguaje de trescientas palabras difícilmente podrá disfrutar con las sutilezas de Conversación en La Catedral, de Vargas Llosa, hito fundante de la nueva narrativa hispanoamericana. Por cierto, unas cinco mil palabras serían las que maneja habitualmente un escritor.


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La relación entre la alienación y la riqueza del leguaje es obvia. Pensar y entender la realidad nos acerca a la misma, al mundo. La realidad es muy variada y compleja. No es la misma realidad la que se describe con trescientas palabras que la que se describe con cinco mil. La primera es un fragmento muy incompleto de la segunda, que tampoco es por cierto la realidad total, ni mucho menos. Pero es una parte significativa y normalmente suficiente para afrontarla con éxito, rechazando mistificaciones. Lo que no ocurre en el caso de utilizar solo trescientas palabras: no se distingue una mistificación aunque choque con la vista, así que la alienación está servida.

 

Pensemos, por ejemplo, en las cuestiones identitarias que actualmente desempeñan un papel esencial en la autoconsideración de uno mismo. Por ejemplo, en el sexo. Algo que ha desempeñado un papel absolutamente central en el pensamiento y la actividad de los seres humanos desde que existen. De hecho, sin sexo no existiríamos. No hace falta decir más. Pero actualmente, en el lenguaje dominante, el políticamente correcto, se habla más de género que de sexo. Y más de sentimientos que de realidades físicas.


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Hace unos días la Generalitat de Cataluña ha lanzado una encuesta oficial, en la que participan varias consejerías y la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), dirigida a los alumnos de 5º curso de Primaria, de diez años. En la misma se les pregunta “¿Qué te dijeron que eras al nacer?”, ofreciendo como respuestas alternativas “Un niño”, “Una niña”, “No lo quiero decir”. También les preguntaban directamente “¿Cómo te sientes?”, ofreciendo como respuestas alternativas “Me siento un niño”, “Me siento una niña”, “No me siento ni niño ni niña”, “No lo sé”, “No lo quiero decir”.

 

La aberración cultural y biológica que supone este documento entregado a niños de diez años sin conocimiento de sus padres y obligándoles a responder no tiene como objetivo conocer sus sentimientos, sino generarles deliberadamente desorientación sobre sí mismos. Mistificar su realidad, vaya. Alienarles, en definitiva, sustituyendo nociones biológicas claras por conceptos ambiguos carentes de base científica. Así se sustituye en la conciencia de los jóvenes el sexo por el género. ¿Qué lenguaje maneja un niño de diez años? ¿Cuántas palabras usa en la vida cotidiana? ¿Y cómo relaciona los conceptos utilizados?


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Hoy muchos jóvenes no tienen muy claro qué es el sexo. Pero se interrogan a sí mismos sobre de qué género se sienten. ¿Me siento niño, niña, ninguna de las dos cosas,  un día sí y otro no, no me interesa,,,? El género cada vez forma parte más intensamente de la vida cotidiana, pertenece ya por naturaleza propia al ámbito de las trescientas palabras que constituyen la base de comunicación cotidiana de la mayoría. Pero con un significado completamente diferente al que tiene para quien maneja un lenguaje de cinco mil palabras, que distingue perfectamente entre el género homo, humano (sapiens, neandertales, erectus, denisovamos…) y el género pan, antropoides, (chimpancés, bonovos, gorilas…) Eso es género y no lo que están vendiendo como mistificación. Algo muy similar podríamos decir de los géneros gramaticales.

 

Lo más sorprendente es que, en aras de la precisión, existe una alternativa a la utilización como concepto oscuro a la palabra género, que es la expresión “orientación sexual”. Tan sencillo como decir, “Yo soy niño y me gustan los niños”, “Yo soy niño y me gustan las niñas”, “Yo soy niña y me gustan los niños y las niñas” y así todas la combinaciones posibles, todas ellas igualmente respetables y generadoras de satisfacción y felicidad. Pero, atención, estamos hablando de sexo, con claridad, sin mistificaciones.


Alienación: de Marx a ChatGPT y Gemini. Centro de Psicología Aplicada Maribel Gámez

Justo lo que no hace, si les pregunto sobre cómo me sentiría mejor y cómo debería sentirme respecto al género, ChatGPT ni Gemini, por poner dos conocidos ejemplos. La Directora del Centro, Maribel Gámez, lleva una importantísima serie de charlas y publicaciones alertando del tremendo riesgo para la sociedad en general y para los jóvenes en particular que supone la utilización de la inteligencia artificial como solución a la creciente crisis de soledad, estableciendo con ella relaciones de confianza, de amistad o incluso de amor. No voy, por tanto, a entrar en detalles sobre ello, sino simplemente recordar que ha demostrado sobradamente que el solapamiento de la incomunicación creciente, de la naturaleza comercial de la IA y la progresiva depauperización de la enseñanza forman una perfecta ciclogénesis explosiva social que puede acabar con la civilización que hemos conocido y disfrutado: la sociedad de ciudadanos libres y autónomos.

 

Una sociedad, la occidental, producto de la filosofía griega y del derecho romano; del Renacimiento; de la Ilustración y de las revoluciones americana y francesa; de la revolución soviética. La sociedad más avanzada socialmente, liberal y democrática que ha existido, está amenazada de muerte inminente. Y ocurrirá inevitablemente si no hacemos nada para evitarlo.


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Y no, no es Trump el verdadero problema. Trump puede ser un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta (Remember Roosevelt!). Trump se irá en su momento, como ha llegado. En cambio, Xi Jinping no es nuestro ni nunca lo será. Y el Califato universal, menos todavía. Estos son los que amenazan con venir, y si llegan no se irán. De hecho, ya enseñan la patita. Entonces no estaríamos hablando sólo de alienación, sino de alienación y servidumbre. Sobre todo las mujeres. ¿Quién piensa en la salud mental de las mujeres sometidas a un régimen islámico? Sí, ya sé que es algo en lo que no se quiere pensar. Pero el Corán es tajante, y la sharia, la ley islámica, sigue a rajatable su libro sagrado. La hija hereda la mitad que el hijo y su testimonio vale la mitad que el de su hermano. Y para divorciarse tiene que presentar al cadí testigos que acrediten un motivo justificado, mientras que su marido con proclamar ante testigos "Te repudio tres veces", ya está divorciado. Ah, ¿que no lo sabías? Ya, lo de las 300 y las 5.000 palabras. Es conocimiento del mundo, ni más ni menos.

 

Parafraseando el viejo lema de las bodas, hablad ahora u os callarán para siempre. Yo ya he comenzado con ello.

 

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